Miedo
Imposible no hacerlo. A pesar de las tensiones entre los socios de Gobierno, de las confesiones de Corinna, del desastre de Zaldibar, de la victoria ... de Inés Arrimadas y de que la ONU advierte de que los efectos del cambio climático son de una evidencia más que rotunda; a pesar de todo eso, el Covid-19, dichoso coronavirus, lo puede todo.
Es producto del miedo. Inquietud nacida de esa sensación de impotencia que transmiten los que, debiendo saberlo todo, confiesan que aún hay muchas cosas que desconocen. Entonces el pánico se camufla en el humor y en el acto paranormal que hace que de todos nosotros surja un médico, un científico, un virólogo. Así damos rienda suelta a nuestras teorías sobre si debe ser así o si debería ser de otro modo. Cuestionamos a la ciencia y ponemos el grito en el cielo porque los niños se quedan en casa. Imposible doparles con Dalsy. No vale de nada. A esta virtud galena se une el don de la videncia. Acabaremos como en Italia, dicen algunos. No, como en China, dicen otros. Moriremos todos, dicen los más pesimistas. Enorme inyección de angustia y pánico que provoca la búsqueda de culpables -los chinos, claro-, y el hallazgo de un analgésico psicológico al señalar que sólo los mayores de ochenta, noventa o setenta se mueren. El cuadro lo completan los que trastocan la precaución en insensatez. Es un catarro sin importancia, dicen.
Miedo. Paraliza, embrutece y aboba. Evita los comportamientos responsables, tan necesarios ahora. No hay otra. Responsabilidad, sentido común e higiene. Ésa, la de toda la vida. La que deberíamos practicar siempre. La de las manos, nariz y boca. Y si es posible, también la mental.
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