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Rita Ora, Kate Moss y Marc Jacobs en la gala del MET. Reuters

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El tiempo, el dinero y la voluntad se van en fiestas, en colorín, en espectáculo

Miércoles, 8 de mayo 2019, 00:26

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La Gala del MET tiene una cosa buena: pudiendo pagar los 30.000 dólares que cuesta la entrada no puede asistir a ella Donald Trump. ... Como gala benéfica se justifica porque la organiza el Instituto de historia del traje del Metropolitan Museum de Nueva York para beneficiarse a sí mismo. El museo tiene que financiarse y la fiesta sirve para que la institución ingrese dinero, salga en los medios y los invitados se hagan publicidad, que la necesitan para poder a su vez financiar su carísimo estilo de vida el cual, si pudiera ser puesto en práctica por toda humanidad, haría que necesitáramos, no un planeta y medio, sino un ciento. Ya que este año el tema de la loca fiesta de disfraces ha sido el 'Camp', sobre la alfombra roja ha estallado el mal gusto, con gran peligro de que haya gente que vea las fotos y no lea el texto y tome por bueno lo no tan bueno, pues hay una fuerte tendencia a considerar atractivas la extravagancia, el exceso, el colorín, la exhibición y las bofetadas visuales propinadas en el rostro de cualquiera que acceda al espectáculo. De todos los departamentos del MET, que al parecer va perdiendo en su competencia con el Museum of Modern Art, también de Nueva York, éste de la moda y el traje es de lo más llamativo, y su fiestón anual es puro lujo y derroche. Lo que pasa es que, aunque viendo estas fiestas y las horrendas casas de Trump con sus adornos de oro y la profusión de jets privados que surcan los cielos podríamos pensar que nunca ha habido más riqueza en el mundo, sabemos, quienes queremos saberlo, que todo esto se consigue a base de repartir poco la riqueza y a base de sacarla de donde toda riqueza sale (la naturaleza) a un ritmo mayor que el ritmo al que la naturaleza puede reponerla. Si talamos árboles más deprisa de lo que el bosque puede reponerlos, el bosque se acaba. Si usamos los recursos naturales más deprisa de lo que el planeta puede reponerlos, nos comemos el planeta. Un informe presentado en París afirma que un millón de especies animales y vegetales están amenazadas de extinción. La trama de la vida se deshace. Los peces de Urdaibai tienen en su cuerpo antidepresivos, cremas solares y antibióticos. En el agua de lluvia de los Pirineos se han detectado microplásticos. Como planta de reciclaje, la naturaleza no puede tratar todas las novedades que le echamos y se convierte en basurero. «Nos estamos devorando el planeta. Y este deterioro a escala global significa el deterioro masivo de una vida plena y satisfactoria para todos, ahora y para las próximas décadas», ha dicho Sandra Díaz, científica argentina que copresidió la Plataforma Intergubernamental encargada de realizar el informe presentado en París por la ONU. También dice que aún estamos a tiempo de actuar, pero que pronto ya no lo estaremos. Y el tiempo, el dinero, la voluntad se van en fiestas, en colorín, en espectáculo.

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