Límite
Cristina Pedroche sigue empeñada en llevar hasta el límite su resistencia al frío. En esa búsqueda incansable de su propio punto de congelación todavía no ... ha tocado techo. O fondo, porque lo suyo tiende al bajo cero. El peligroso experimento de esta temeraria mujer pretende demostrar que la cantidad de escalofríos soportados por una presentadora maciza es directamente proporcional al calentón que genera en cierto tipo de audiencia. Una especie de teoría de Arquímedes, pero borracho y en Nochevieja. Lo que me sorprende es que las campanadas de Pedroche no hayan sido oportunamente denunciadas por Fridays for Future, Greenpeace y otras asociaciones ecologistas por su descarada contribución al calentamiento global. Los animalistas en cambio deben de estar encantados con su dedicación en cuerpo (más que en alma) a las acémilas.
Días antes de situarse en la Puerta del Sol para dar la bienvenida a 2020, Pedroche caldea el ambiente con incendiarios mensajes. Avisa, por ejemplo, que este año no llevará ropa interior. «No puedo», se justifica, así como dando a entender que entre el vestido que va a lucir y su piel no le cabe nada, ni la menor duda. En ese triple salto mortal hacia el vacío (existencial) que la presentadora ejecuta cada Nochevieja, se está jugando el físico. Peligra la vida de la artista, que podría morir por congelación, hipotermia o pulmonía, en un tipo de retransmisión en directo donde la tan reivindicada igualdad de la mujer brilla por su ausencia... ¿O acaso es pura casualidad (y libérrima elección) que ellas se hielen con atuendos extemporáneos mientras ellos, a su lado, van confortablemente abrigados?
En su loca huida hacia delante y con su peculiar concepto del empoderamiento femenino, Pedroche ha reconocido que está llegando al límite... «Creo que este año debería ya despedirme, después de esto no hay nada más», anticipa. Bueno, le quedan todavía algunas opciones para las próximas Nocheviejas. Una, la hoja de parra (opción ecológica que alcanzaría audiencias de proporciones bíblicas) y dos, el desnudo integral. Y aún le quedaría una tercera, muy sonada y probablemente la más abrigada: dar las campanadas metida en una máquina de rayos X.
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