Líbano desolado
Editorial ·
La verdadera solución del país pasa sobre todo por solventar el viejo conflicto regional, del que han desaparecido las expectativas de pazel correo
Domingo, 9 de agosto 2020, 23:36
La tremenda explosión de una carga de cerca de 2.700 toneladas de nitrato de amonio, que permanecía almacenada sin vigilancia después de haber sido ... abandonada por un barco en el puerto de Beirut desde hacía seis años, acredita la descomposición de Líbano. El siniestro causó al menos 150 muertos y más de 6.000 heridos, dejó a 250.000 personas sin vivienda y provocó unas pérdidas materiales de cerca de 3.000 millones de euros, según las autoridades municipales. Los libaneses, hartos de vivir en una crisis económica crónica alimentada por el marco de corrupción generalizada, al que se ha sumado la irrupción del coronavirus, arden de indignación al ver expuesta al mundo la dejadez de sus autoridades, incapaces de gestionar una ciudad de modo que pueda prevenirse un desastre aparentemente fortuito. No faltaron tampoco esta vez quienes acusaron directamente a los proiraníes de Hezbolá de la explosión, con nulo fundamento. Y el Gobierno libanés trata de esconderse tras las numerosas detenciones de funcionarios relacionadao con la imprudencia que ha devastado la capital.
En Líbano conviven 18 confesiones religiosas oficiales y entre ellas se reparten los cargos de más responsabilidad en una especie de sistema de cuotas que puso fin a la larga y cruel guerra civil. El presidente, en este momento Michel Aoun, es cristiano maronita; el primer ministro, Hassan Diab, musulmán suní; y el líder del Parlamento, Nabih Berri, musulmán chií. El sistema fue inventado por Francia, «tradicional protectora de los cristianos de Oriente Próximo», y en él se consagró la hegemonía cristiana, pese a lo ajustado del equilibrio con los musulmanes. El sistema funcionó relativamente en la tarea de reconstruir la convivencia entre suníes, chiíes, cristianos y drusos tras años de encarnizado conflicto, hasta el asesinato de Rafiq Hariri en 2005. Desde entonces, el malestar social no ha hecho sino crecer, sin duda asociado al empeoramiento de la herida sistémica entre palestinos e israelíes. La verdadera solución del caos libanés no pasa solamente por una renovación de la clase política, ni por la ayuda internacional que ayer se logró en una conferencia de donantes -y cuyo principal reto será apartar los fondos de las manos de los corruptos-, sino sobre todo por la solución del viejo conflicto regional en el que actores decisivos como Israel y EE UU se afanan en enterrar toda expectativa de entendimiento.
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