¿Fracasa la vocación juvenil en la educación?
El foco ·
El sistema de enseñanza en las democracias parece haberse articulado hacia la falacia de una libertad sin objetivos claros, sin una brújula racional que identifique metas realesJesús G. Maestro
Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
Domingo, 15 de junio 2025, 00:00
Un estudio publicado hace unos días por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) concluye que un tercio de los adolescentes no ... sabe qué tipo de estudios o formación profesional elegir. El dato no es sorprendente en sí mismo pero, en comparación con períodos anteriores, la incertidumbre de los más jóvenes ante su actividad profesional se incrementa hoy de forma notable y llamativa.
En una sociedad que se proclama como la más informada de la historia, resulta paradójico que todavía un tercio de sus adolescentes no tenga claro su futuro profesional. Este fenómeno no es un mero accidente generacional, sino el resultado de una innegable deficiencia en la educación del siglo XXI. Parece que los menos informados son los más jóvenes, aunque curiosamente se les califique de «nativos digitales». El sistema educativo de las actuales democracias parece haberse articulado, o sesgado, hacia la falacia de una libertad sin objetivos claros.
Vivimos en una sociedad que exalta la libertad individual, pero creo que de forma más ilusa que real, porque ha olvidado enseñar el arte, es decir, la competencia, de elegir con fundamento. A los más jóvenes se les hace la pelota con mensajes que les instan a «seguir sus pasiones» y «vocaciones», pero sin proporcionar herramientas necesarias para discernir cuáles son esas pasiones y cómo pueden convertir la llamada «vocación» en un proyecto de vida laboral efectivo y realista. La libertad, sin una brújula racional que identifique objetivos reales, se convierte en un lastre que inmoviliza en lugar de fortalecer.
La libertad tiene que basarse en un conocimiento solvente de la realidad y no en una ilusión construida desde las ideologías. Y hoy, en los sistemas educativos, hay más ideología que realidad, es decir, más espejismos que oasis. En este sentido, lo que se presenta a muchos adolescentes como libertad no es sino una forma de abandono o incluso de impotencia: se les invita a elegir sin haber aprendido antes a discriminar. Se les empuja a decidir sin haber comprendido las condiciones y consecuencias de las decisiones.
La libertad sin objetivos no es libertad real, sino espejismo y error. Es aquí donde la falacia se revela. Se dice que uno es libre si puede elegir, pero no se advierte de lo esencial: que no toda elección es libre, porque la libertad sin contenido ni orientación degenera en capricho, ansiedad y fracaso. La libertad sin dirección no emancipa: desconcierta y extravía.
No conviene confundir la libertad física (moverse libremente por una determinada geografía), con la libertad psicológica (sentirse libre en una mazmorra o en un campo de concentración) o con la libertad intelectual (pensar y hablar libremente en un contexto plural e incluso adverso, con acceso abierto al conocimiento y sin censuras). Cuando se habla de libertad, es necesario tener en cuenta esta triple dimensión. Les pongo un ejemplo muy crudo a continuación.
Cuando Lutero o Calvino hablaban de «libertad de pensamiento» no se referían a la libertad intelectual, pues Miguel Servet no murió de un constipado precisamente, sino en la hoguera, por pensar de forma diferente a la teología protestante. La libertad de Lutero es una libertad psicológica y emotiva, pero no una libertad reconocida como tal en las leyes civiles de un Estado. Esta última libertad implica una dimensión física e intelectual, que el luteranismo del siglo XVI no estaba dispuesto a tolerar. Los ejemplos pueden multiplicarse más allá de las religiones.
Hoy se habla de libertad en «ciudades de 15 minutos», pero, ¿qué libertad física hay en una delimitación geográfica tan estrecha como una urbe o población de la que no se recomienda salir? Es como suponer que «el confinamiento os hará libres». Digo el confinamiento, no el trabajo. Esta es la idea de libertad según la cual «todo está en tu mente». Pero la nómina mensual de nuestro trabajo no puede estar solo en la mente, sino en nuestra cuenta bancaria o en nuestro bolsillo.
Algunos gurús de la educación advierten, con razones ajenas que no propias, que la pedagogía actual ha cometido el error –quizá deliberado– de suprimir toda estructura jerárquica, toda forma de autoridad formativa, en nombre de una «igualdad» mal entendida. Sin duda sí, pero el problema no es ese sino otro. Porque lo que el adolescente necesita no es una falsa horizontalidad que le deje aislado frente al caos del mundo, sino una verticalidad estructural que lo eleve racionalmente a cambio de un gran esfuerzo personal e individual. La libertad se logra con objetivos fuertes, y luchando 'contra otros', que son tanto o más fuertes que nosotros. La libertad implica enfrentarse al vecino, y en una sociedad como la nuestra, este mensaje está proscrito en nombre de la solidaridad.
La educación de los 'boomers', basada en la lucha por objetivos, se ha sustituido, para los 'milennials', por algoritmos impersonales, 'influencers' de pantomima y una pedagogía cursi que teme ofender más de lo que desea instruir. Por eso, cuando se afirma que «los jóvenes son libres para elegir su camino» se incurre en una retórica vacía, si antes no se ha provisto a estos chavales de una brújula intelectual. De lo contrario, la libertad se convierte en un precipicio decorado con luces de neón.
La educación no puede ser transmisión de ignorancia. En la era del comercio global, la formación escolar y universitaria ha caído en el teatro de la tecnocracia y la burocratización. Se priorizan indicadores cuantitativos frente a la formación integral del individuo. Los currículos se diseñan para producir a trabajadores en serie u opositores sobrecualificados sin razones, no a ciudadanos críticos y conscientes de lo que tienen delante. En este contexto, no es sorprendente que los adolescentes se sientan no tanto desorientados y sin propósito, sino obligados a convertirse en lo que no quieren ser: marionetas del sistema.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.