Irracionalidad y diálogo
Exhumada de Cuelgamuros y reinhumada en El Pardo la momia del dictador Franco para satisfacción de cualquier demócrata y en puertas del arranque oficial de ... otra insufrible campaña electoral vuelvo sobre el problema catalán. Un conflicto que se ha instalado en la irracionalidad, y no solo por la intolerable actuación de grupos radicales violentos minoritarios.
En las comparecencias de estos días de varios dirigentes políticos y en alguna de las manifestaciones convocadas para este fin de semana se repite una idea: diálogo. Hay que hablar, se insiste, como único medio para resolver el contencioso.
¡Cómo no estar de acuerdo en que la solución sólo llegará de la palabra, del diálogo, de la negociación! De un diálogo imposible hasta que conozcamos el veredicto de las urnas la noche del 10 de noviembre. Pero por desgracia también improbable al día siguiente.
Antes de cualquier diálogo-negociación entre Cataluña y el Estado quienes deben hablar y entenderse son los catalanes a través de sus partidos. De los actuales y de los que puedan llegar.
Pero con carácter previo a que las formaciones de aquella comunidad se sienten en torno a una mesa deberán asumir dos principios. Que una minoría, por cualificada que sea, no puede imponer nada a la mayoría, aunque la primera tenga uno o dos escaños más en el Parlament, como sucede hoy. Y que todo, repito todo, pasa por el escrupuloso respeto a una legalidad que puede cambiarse, claro que sí, pero desde el respeto a la misma.
Esto supone que el Govern y las dos fuerzas que lo respaldan (JxC y ERC) no pueden actuar ni un minuto más invocando no se qué supuesto mandato derivado de la seudoconsulta ilegal del 1 de octubre de hace dos años. Sobre todo para reclamar otra consulta.
El president Torra debe asumir que no representa a la mayoría de los catalanes. Que por no representar no lo hace ni a la totalidad del movimiento independentista.
En estas tormentosas circunstancias deberán intentar ponerse de acuerdo los catalanes. Para ello, lo primero será bajar el suflé. Y eso solo se conseguirá si las propias formaciones soberanistas convencen a sus seguidores que hace dos años tomaron el camino incorrecto. Que les crearon falsas expectativas. Que no renuncian a sus ideas, pero que respetarán la ley. Y que respetarán las sentencias de los tribunales, aunque les desagraden.
Sólo dos actores políticos como máximo, posiblemente solo uno, parecen en condiciones de conseguir que se serenen los ánimos. Y eso no será posible si antes no se celebran también nuevas elecciones en Cataluña.
Casi todas las miradas se dirigen a una Esquerra Republicana que en privado se muestra dispuesta a renunciar a transitar otra vez por vías unilaterales. En público ponen menos énfasis en esta idea para reivindicar dos imposibles: la amnistía para los nueve líderes del fallido 'procés' condenados y el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Mensajes, sin duda, mucho más tragables por su parroquia.
El otro posible actor carece aún de nombre o sigla. Cualificados exdirigentes convergentes como Marta Pascal, Carles Campuzano, Jordi Xuclá, Jordi Baiget o el inhabilitado Santi Vila vienen manteniendo reuniones para explorar las posibilidades de alumbrar una formación que reagrupe al catalanismo moderado. Que lo consigan y tenga audiencia en un electorado absolutamente radicalizado está por ver.
Un horizonte desolador. Para Cataluña y para España.
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