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Huawei, el caso que resume una época

Las grandes potencias no compiten ya por poder militar. La disputa se sitúa en los laboratorios, ordenadores y móviles. La seguridad se mide por el control de los sistemas tecnológicos

Miércoles, 19 de diciembre 2018, 00:54

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A veces un suceso puede resumir una época o al menos explicar algunos elementos clave de un momento histórico. El conflicto surgido a raíz de la detención de Meng Wanzhou, directora financiera, vicepresidenta y hasta la fecha probable heredera del gigante chino de las telecomunicaciones Huawei, puede ser uno de estos casos que nos ayudan a explicar el complejo mundo de hoy.

Meng Wanzhou, ciudadana china, fue arrestada en Canadá, donde hacía escala hacia México. La solicitud de detención llegó desde Estados Unidos. Los cargos se refieren a una compleja trama comercial y financiera de alcance global que pretendía eludir el embargo norteamericano sobre Irán. Algunos contenidos de este embargo contravienen una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (aprobada con el voto favorable de los propios Estados Unidos), y han sido recientemente declarados contrarios a derecho por la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Cuente usted los países que hemos citado, los saltos de fronteras que hemos dado y las diversas jurisdicciones, nacionales e internacionales, que hemos mencionado en un solo párrafo. Si decimos que nuestro mundo es global, este caso sin duda lo es.

El delito que se le atribuye no fue cometido en el país que emite la orden ni en el que la ejecuta. Esta orden no se sostiene sobre los fundamentos más comunes de atribución de jurisdicción, sino que estamos ante el ejercicio de una extraterritorialidad que se justifica por razones de seguridad nacional. Este caso nos ilumina también sobre ciertos riesgos y límites propios de toda extraterritorialidad: su discrecionalidad y la dificultad de separar los intereses de los principios, de separar lo jurídico de lo político. Los representantes chinos han reclamado estos días el respeto a los derechos humanos de Meng Wanzhou en lo que ha sido la gran ironía del mes, sólo comparable al momento en que Cristino Ronaldo se puso a dar lecciones de humildad a sus excompañeros.

La Administración Trump se ha declarado no concernida por la sentencia de la Corte de La Haya que limita el alcance del embargo, por tratarse de un asunto de seguridad nacional. ¿Cuál puede ser su autoridad para reclamar cumplimiento a otro país en otros casos? Cuando uno desprecia a su antojo el sistema internacional, como hace Trump con tanta facilidad como irresponsabilidad, los efectos deslegitimadores pueden volverse contra uno en el momento más inconveniente.

En todo caso las derivadas más potentes del caso no son jurídicas. Tampoco, creo yo, son principalmente de índole económico o comercial. Lo que podría estar en juego es mucho más duro y delicado, se trata de una batalla en el marco de una disputa más amplia y compleja: el liderazgo científico-tecnológico y el control de los mercados de la tecnología y las comunicaciones.

Las grandes potencias no compiten ya por poder militar contando ojivas nucleares o divisiones. Hoy, la disputa se sitúa en los laboratorios, en los ordenadores, en la red y en nuestros teléfonos móviles. La seguridad se mide por el control de los sistemas tecnológicos, la comunicación, la información y la desinformación. La tecnología puede paralizar un país o llevarlo a la bancarrota, el caos o la autodestrucción de una manera más limpia y económica que la guerra clásica o el terrorismo. Y todo ello de una forma anónima, de imposible o muy controvertida identificación de responsabilidades, haciendo así las represalias o contraataques más difíciles.

China tiene la tecnología, el poder económico, industrial y comercial, y sobre todo su gobierno tiene la voluntad política de encaminar a su país a la posición de liderazgo tecnológico de nuestro tiempo. Nada malo habría en ello si no jugara con cartas marcadas, aprovechando la libertad de comercio internacional cuando conviene, pero manteniendo internamente el control político absoluto, de viejo partido comunista, sobre sus empresas, disponiendo de su tecnología y su información para sus necesidades políticas cuando toque, sin control externo alguno, sin transparencia, sin garantías, sin dar cuentas, sin respeto alguno por los derechos y las libertades de los individuos. «El partido lo lidera todo»: la vieja divisa de Mao ha sido reiterada estos días por XI Jinping, por si alguien albergaba alguna esperanza de apertura. La Unión Europea, tan prudente en estos casos, ya ha dado la voz de alarma sobre los riesgos que esto supone. Algunos países han puesto límites con el fin de impedir que Huawei controle ciertos aspectos de su tecnología y comunicaciones. No me parecen prevenciones infundadas.

Otra característica de nuestro tiempo es nuestro papel como ciudadanos y como consumidores. En un conflicto clásico, desde la 'crisis de los misiles' hasta Siria, nuestro papel como individuos es nulo. Las nuevas guerras, más frías aún que la 'guerra fría', sin embargo están literalmente en nuestro bolsillo: en la marca de móvil que compramos, en la compañía que contratamos, en los servicios y redes por internet que manejamos, en la forma en que actuamos en las redes, en las disparatadas fuentes de información a las que de pronto decidimos dar credibilidad. Se trata de una lucha por nuestra (des)información, nuestra opinión, nuestros datos, nuestras tecnologías y nuestro teléfono móvil. Una lucha en la que tenemos un papel: a veces como instrumento, otras veces como tontos útiles.

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