Historiadores, memoria y conciencia
Vaya por delante que lo que hasta estas horas se ha hecho ha sido bueno. La Ley de Memoria Histórica, y las que habrán de ... venir, era, más que necesaria, una obligación moral además de un compromiso con la verdad. No obstante, sorprende que ante la importancia que el relato histórico ha adquirido en los últimos tiempos, quienes se dedican a su construcción mantengan un perfil bajo, casi marginal en el universo profesional de este país. Historiadores hay muchos aunque algunos se empeñen en hacernos creer que sólo son unos cuantos, los de siempre. Por eso sorprende que, ante tamaña importancia del pasado, la reconstrucción rigurosa del mismo no confirme la importancia de un oficio tan digno como el de historiador.
El pasado gusta. No hay más que ver la avidez con la que se consume novela histórica o el interés que despiertan los aniversarios de tal o cual acontecimiento. A la sociedad le gusta acceder a su gran álbum de fotos colectivo para conjugar con más precisión el verbo ser en presente tras haber ubicado el «fue», el «era» y el «había sido». Indudablemente todas las sociedades necesitan reafirmarse en su presente a través de construcciones ciertas de su pasado que les permitan tomar conciencia de logros, fracasos y frustraciones. Es en ese proceso en el que la figura del historiador se hace imprescindible. No porque sea el que relate los hechos pasados, de una forma más o menos amena, sino porque parte de su trabajo reside en obligar a que todos los individuos se hagan preguntas y que a través de éstas se tome conciencia, no del presente, sino del momento histórico en el que se vive.
La memoria sin conciencia no sirve para nada. Tomar conciencia de dónde se viene -no sólo de los últimos cien años-, implica aprehender experiencias anteriores y conectar con aquellos momentos que hicieron posible el momento actual. Mientras que la memoria sólo registra lo pasado, la conciencia facilita el compromiso y permite comprender que la salvaguarda de los derechos conseguidos pasa por la asunción de la obligación de defenderlos. Y en todo ese proceso la figura del historiador se antoja imprescindible. Él es la pieza clave para la salvaguarda del patrimonio temporal y para la concienciación de todos con el mismo. Por eso deberían estar en más lugares, no sólo en las aulas, bibliotecas y archivos. Deberían estar en todos los lugares en los que se lee la prensa pues ellos son los profesionales que de verdad saben leer detrás de las noticias. Ellos se preguntan y buscan. Ellos relatan y cuestionan. Pero se les da tan poco valor.
A lo mejor con los historiadores pasa como con las vacas en la India. En mitad de la carretera están los de siempre. Va siendo hora de que se echen a un lado y dejen pasar a otros que también quieren ejercer su humilde pero digno y necesario oficio de historiador.
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