Generación verde
De Greta Thunberg ya se ha dicho casi todo. Bueno, malo y regular. Hasta se la ha señalado como la auténtica sucesora de Cristo. Es ... lo que tienen los líderes. Suscitan admiraciones y pasiones desbordadas. Se les venera hasta el absurdo y, cómo no, también se les denigra y se les ridiculiza. Se bucea en sus aspectos más íntimos, en su entorno y en su pasado. Siempre con mala intención. Todo para desprestigiarles y desacreditarles frente a las multitudes que les siguen. La inquina no tiene límites. De ahí que lo mejor es que Greta se quede a un lado. Todo líder se merece un descanso.
Interesa también, y mucho, todo el movimiento que se ha desatado detrás de esa tozuda adolescente sueca. Los jóvenes -no todos, también hay que decirlo- se han echado a las calles con la bandera de Greta para hacer la revolución que les ha tocado. El planeta, su salud, es su reivindicación. Han encontrado el motivo para tomar las calles y certificar su existencia como sujetos a tener muy en cuenta. Es la generación verde, la generación que tomará conciencia de que nada puede ser posible si el escenario, la tierra, no está en condiciones de albergar decentemente a los humanos. Gente joven que amenaza con plantarse y que exige a los políticos y a las instituciones que, al menos, cumplan con lo prometido. Así de simple. De esta forma ha devenido el concepto de revolución. No se pide hacer saltar por los aires el sistema sino, simplemente, que se pueda vivir con decencia sobre la faz de la tierra.
Entiendo que a esta generación joven aún le queda mucho recorrido. Han de tomar conciencia plena de lo que significa ocupar las calles, trascender el hecho festivo de la mera manifestación estudiantil hasta llegar a la producción de ideas que anhelen una concreción urgente. Es cuestión de tiempo. Tiempo en el que habrán de evitar que buena parte de la clase política no los tomen en serio porque les consideren sujetos inexpertos. Tiempo en el que no les quedará más remedio que tomar prestadas también reivindicaciones antiguas no satisfechas que, bien mirado, son necesarias si se quiere un planeta más habitable y justo. Tiempo, al fin y al cabo, para no dejar que el propio sistema, experto en el engaño, les fagocite y les convierta en un fenómeno simpático bajo la apariencia de una falsa empatía. Con todo, no les quedará más remedio, si se mantienen en la lucha como toda generación joven que se precie, que exigir el cambio de sistema. Es lo que les toca. No queda otra. Bienvenidos sean al asfalto.
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