Estatuas
Quizá no debiéramos erigir estatuas. Puede que las de hoy disgusten a los de mañana. Además, cuando incomodan de verdad, las tiran, las rompen y ... lo dejan todo perdido. ¿Estaremos ante el final definitivo de los pedestales? ¿Hemos sucumbido ante lo efímero?
Buena parte -por no decir todas- de las manifestaciones figurativas, de hombres, mujeres, niños y grupos varios, que se levantan a lo largo y ancho del mundo responden a conexiones muy concretas. Unen la existencia vital de alguien con su significado amplificado y proyectado en valoraciones colectivas, al mismo tiempo que rinden servidumbre a un contexto muy concreto. De cómo se les valore y considere al correr de los años dependerá que las conexiones con el momento histórico en el que surgieron los merecimientos se conserven o no. Dicho de otro modo. El mantenimiento y respeto a lo que representan las estatuas dependerá de la cultura y de la conciencia satisfecha que la colectividad tenga de su patrimonio histórico, sea cual sea el instante en el que se encuentre. Evidentemente esto exige que la conciencia crítica de los ciudadanos goce de buena salud y que cualquier decisión que se tome surja de la reflexión y el consenso. Nunca de las tripas. Si así fuera, quién sabe si en vez de retirar estatuas se optaría mejor por crear museos donde colocarlas para que recordasen que no es oro todo lo que reluce.
Seguro que aún quedan muchos canallas sobre un pedestal. Usemos la razón para cuestionarles y encerrarles en museos para que hagan pedagogía involuntaria de lo que no puede volver a ser. Eso es tomar conciencia de la historia. Lo que vemos a estas horas no es más que barbarie.
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