Hay que estar atentos
Volveremos a pisar las calles nuevamente. Abandonaremos las casas y ocuparemos las plazas. Nos sentiremos holgados y aliviados. Se acabará el confinamiento, seguro, pero también ... surgirán las tentaciones. No habrá nada raro en ello. El hastío y la desazón provocarán que los sentidos se alteren. No hemos de asustarnos, aunque sí es posible que dejemos de creernos los mejores. Y hasta puede que durante un tiempo estemos temerosos. Abrazos, besos y apretones de manos serán mesurados. Es posible que nos angustiemos ante toses y estornudos varios. Será comprensible. Formará parte de un particular duelo que, si transcurre sin más, todo volverá a la normalidad dentro de unos meses. Nos haremos preguntas, buscaremos las respuestas y exigiremos, sin duda alguna, más dinero para sanidad e investigación. Que la próxima vez no nos pille con el paso cambiado. Hasta ahí, lo normal.
Sin embargo, existe un riesgo nada desdeñable: que todo esto nos cambie tanto que nos asuste el futuro. Que optemos por preservar el presente y que para ello seamos capaces de vender parte de nuestra libertad a cambio de vacuas promesas de un bienestar que ponga en cuestión nuestro derecho a ser ciudadanos del mundo. Porque si existe un riesgo claro y oculto tras esta crisis del Covid-19, ése es, precisamente, el que puede ponernos a los pies de todos aquellos que no conciben el mundo como una casa común sino al modo de señores feudales, dueños inmisericordes de los siervos de la gleba. Ese es el peligro. Por eso hemos de estar atentos. Porque en cuanto volvamos a pisar las calles aparecerán los voceadores de seguridad a cambio de libertad. Atentos, entonces.
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