La España llena
El destino final mayoritario de los trasiegos interiores de población ha dado como resultado dos polos de conflicto identitario como son Cataluña y Euskadi
El domingo 31 de marzo se celebró en Madrid una manifestación encabezada por el lema 'La revuelta de la España vaciada' y desde entonces han ... sido abundantes los comentarios y análisis sobre un fenómeno que es similar, con muy ligeras variaciones, en todas las economías avanzadas o en vías de desarrollo: el imparable tránsito de población del campo a la ciudad, iniciado con la primera industrialización y que continuará sin descanso hasta que todos los seres humanos vivamos en urbes de un tamaño superior al medio millón de habitantes y de ahí para arriba.
La tendencia no tiene vuelta de hoja y la mayoría de jóvenes que participaron en esa manifestación buscarán, a no dudarlo, trasladarse más pronto que tarde a la ciudad, a la mínima oportunidad que se les presente. Pero el fenómeno de la vida en el campo, mientras subsista, presenta unas condiciones de tipo político que no conviene soslayar. Veámoslo con números: 26 de las 50 provincias españolas representan el 70% de la superficie del país, pero cuentan solo con el 10% de sus habitantes y, al mismo tiempo, eligen 99 de los 350 escaños del Congreso, o sea, dos quintas partes del total. Entonces, ¿cómo es posible que unos ciudadanos con una capacidad de decisión política tan desproporcionadamente alta respecto del 90% restante reclamen una mayor atención por parte de sus políticos?
Esto solo pasa, obviamente, porque no elegimos a quien nos represente por nuestra circunscripción, como ocurre en otros países, sino solo una lista de nombres que los partidos nos ponen por delante para que les votemos y a los que en su mayoría ni siquiera conocemos. La manifestación de la España vacía es, por tanto, en primer lugar, una denuncia clamorosa de nuestro sistema electoral. Pero es que hay más. En otros países, se atribuye al voto rural decisiones tan trascendentales para todo el mundo occidental como la elección de Donald Trump en Estados Unidos o el Brexit en Gran Bretaña. En cambio aquí simplemente se manifiestan para que los políticos les empiecen a hacer algo de caso.
¿Se podría decir que los ámbitos rurales y casi despoblados en España son los depositarios de las esencias nacionales españolas? Si esos dos quintos de diputados que eligen sirvieran para impedir la extraordinaria influencia de los nacionalismos en nuestra política, pues sí, pero a la vista está que eso tampoco lo consiguen. En cambio, las zonas rurales de Euskadi y Cataluña sí que ejercen como depositarias de las esencias de los nacionalismos respectivos, y se les mima y coloca como paradigma nacionalista y garantizan la reserva de votos necesaria para que los partidos nacionalistas compensen las pérdidas urbanas. Recordemos que, de los 252 municipios vascos, en las últimas municipales, casi 200 quedaron controlados por el nacionalismo en sus dos ramas. En el resto la mayoría se la llevaron agrupaciones independientes, salvo diez que quedaron para el PSE y cuatro para el PP.
Y del mismo modo que hablamos de una España vacía -o vaciada- es posible hablar también de una España llena. Porque los que han vaciado esa España del interior a algún sitio han tenido que ir, descontado ahora el factor de emigración al extranjero, que de hecho afecta hoy más a nuestros jóvenes urbanitas. Fijémonos en las provincias más densamente pobladas de España. Son, por este orden, Madrid, Barcelona, Bizkaia y Gipuzkoa. Y a nadie que conozca mínimamente la realidad social y política española se le puede pasar por alto que de esas cuatro provincias, quitando Madrid, que es la capital del Estado, las tres siguientes son las que presentan un índice más alto de nacionalismo político alternativo al español. Que todavía sigamos pensando en los ámbitos académicos que los nacionalismos tienen un origen intrínseco a los territorios donde surgen y que el tema de la inmigración de otras partes de España es un factor más, coadyuvante, pero no decisivo, es solo consecuencia, a mi juicio, de la maleabilidad con que las ciencias sociales tratan sus objetos de estudio. No estamos ante una ciencia exacta, eso es evidente. Pero son muchas las razones que podemos acumular para sostener que lo que llamamos España llena -esto es, el destino final mayoritario de los trasiegos interiores de población- ha dado como resultado dos polos de conflicto identitario como son Cataluña y Euskadi. Si en Galicia -con su fuerte singularidad- hubiera habido una inmigración equiparable, seguro que allí habría surgido también un nacionalismo potente y no el minoritario y débil que ahora hay.
Convendría por eso afinar más sobre el cariz racista o supremacista que se atribuye a los nacionalismos vasco y catalán: solo lo emplean contra quienes se sienten españoles en Euskadi o Cataluña. Por eso es tan difícil que nadie se sienta aludido desde fuera por un antiespañolismo que en origen solo se pensó para aplicarlo a los de dentro. Así se explican los exabruptos de Quim Torra. O los del recientemente fallecido Xabier Arzalluz, cuando decía: «Yo no soy racista. Yo prefiero a un negro, negro, que hable euskara que a un blanco que lo ignore». Y es que daba por hecho que a ese «negro, negro», viviendo en Euskadi y hablando en euskera, jamás se le ocurriría sentirse al mismo tiempo también español.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión