Escuchad a Víctor Jara
La noticia de la condena en julio de ocho militares en retiro chilenos por el asesinato del cantante Víctor Jara en 1973 ha pasado un ... poco desapercibida. Sin embargo, creo que, si prestamos atención, el caso nos da la oportunidad de hacer algunas reflexiones de interés y actualidad también aplicables en nuestro país.
No insistiré mucho sobre la figura de Víctor Jara: la conocen bien ustedes. Para quienes nos educamos políticamente en los años 80 fue un referente aún muy vivo. Imagino que en la generación anterior, que hizo sus pinitos sentimentales y políticos entre el tardo-franquismo y la transición, su impacto fue aún mayor.
Jara fue asesinado en los días posteriores al golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende, en el Estadio Chile que hoy con justicia se llama Estadio Víctor Jara. Las circunstancias de su muerte estuvieron muchos años cubiertas o ensalzadas en un relato mítico creado en ese choque entre la crueldad y la belleza, la fuerza bruta contra la palabra, la muerte contra la vida, la tortura contra la inteligencia, el crimen contra la poesía. Hoy sabemos que todo aquello no era leyenda sino que respondía fielmente a lo sucedido tal como ha quedado acreditado por multitud de investigaciones y declarado probado por varias sentencias judiciales en diferentes jurisdicciones.
Al enterarse del golpe, Víctor Jara acudió a la Universidad Técnica del Estado en la que trabajaba como profesor e investigador. Para ese mismo día estaba prevista la presencia de Allende para inaugurar un evento titulado 'por la vida' que obviamente no llegó a celebrarse. La Universidad fue cercada por el regimiento Arica ese mismo día y al siguiente se produjo el asalto, asesinando a varias personas y deteniendo a profesores, estudiantes y personal administrativo. Fueron llevados al ya citado Estadio Chile (no confundir con el Estadio Nacional que también sirvió como centro de detención y tortura para miles de personas aquellos días).
Ya en el Estadio, al ser reconocido por un oficial, fue derribado de un culatazo, golpeado, separado del grupo y llevado a los vestuarios. Fue torturado durante tres días. Luego fue ejecutado con saña y odio: la autopsia encontró, además de numerosos huesos fracturados, 23 impactos de bala en su cuerpo. En la última sesión de torturas le habían cortado la lengua y destrozado las manos, animándole entre chanzas a cantar en esas condiciones. Su cuerpo fue abandonado en un solar.
Durante la dictadura pinochetista los intentos por investigar el caso fueron obviamente infructuosos y la aprobación de la Ley de Amnistía parecía condenar el caso (y tantos otros) a la impunidad. Pero con la democracia el caso revivió. La Ley de Amnistía ya no se aplica hoy en Chile, tras las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (aunque no ha sido anulada, como en el caso paralelo de Argentina). Los crímenes contra la humanidad ni prescriben ni se pueden amnistiar. Y tras casi 15 años de duro y complejo caso judicial, 45 después de los hechos, la condena ha llegado en su país para estos ocho despreciables torturadores y asesinos.
Pero uno de los inicialmente incriminados, Pedro Barrientos, el noveno, había salido a Estados Unidos y había obtenido allí la nacionalidad hace años. Bien es sabido que EE UU no son los campeones de la Justicia Universal, pero también es cierto que hay algunas normas (Alien Tort Statute y Torture Victims Protection Act) que permiten cierto tipo de persecución por algunos de estos delitos.
No estamos ante un caso de Jurisdicción Universal pura o absoluta (sólo basada en el carácter del crimen internacional) posibilidad que Estados Unidos no permite (y cada vez menos países europeos). Y es que en este caso la nacionalidad norteamericana, aunque sea sobrevenida, del acusado supone un elemento clásico de jurisdicción que permitía ya activar el caso. Pero también es cierto que el hecho de que las torturas y el asesinado constituyeran una violación del derecho internacional fue uno de los elementos tenidos en cuenta. El tribunal norteamericano resolvió, en sede civil, en 2016 que Pedro Barrientos era responsable de este crimen de torturas y asesinato extrajudicial.
Dado que la sentencia en EE UU era únicamente por responsabilidad civil, la Cancillería de Chile acaba de instar el procedimiento de extradición con el fin de que Pedro Barrientos termine compartiendo la misma suerte que sus ocho compañeros de armas, crimen y vergüenza universal.
La Justicia Universal nació para hacer frente a la impunidad en los casos más aborrecibles, que ofenden a la comunidad internacional en su conjunto y a los que, por tanto, esta comunidad responde rompiendo las limitaciones clásicas de la jurisdicción nacional. Tras algunos casos esperanzadores en España, Bélgica o Francia, el peso de la realpolitik internacional (pensemos, por ejemplo, en los casos contra China por crímenes en el Tibet) logró limitar las ambiciones iniciales de la jurisdicción universal, pero aún resiste, a veces limitada, a veces constreñida, aunque sea esperando decenios a cruzarse en el camino de los miserables que han ensuciado a ojos de la comunidad internacional la condición humana. Hoy algunos países latinoamericanos que traen aprendizajes hechos a muy alto precio toman el testigo de la Justicia Universal corrigiendo insuficiencias propias, como en su día se hizo a la inversa.
Memoria, justicia y dignidad de las víctimas. Como les decía, los ecos de Víctor Jara siguen sonando también para nosotros, más cerquita. Escuchemos.
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