Educación, sí; Policía, también
Hemos dejado solos a los menores al albur del azar de internet, de los contactos y de imprevisibles experiencias en nada evaluadas. Y la libertad se aprende con la obediencia
El asesinato de dos mayores octogenarios en su domicilio en Otxarkoaga, tres semanas después del homicidio de Ibon Urrengoetxea, de 43 años en el centro ... de Bilbao -sin olvidar no pocos episodios de peleas y robos perpetrados por menores de edad-, ha generado la lógica alarma en la sociedad. ¿Cómo entender y explicar que menores de edad cometan semejantes barbaridades? ¿Estamos viviendo un repunte de violencia juvenil? ¿Estamos seguros en la calle, en nuestras casas? ¿Qué podemos hacer para que los ciudadanos transitemos sin temor por las calles, y estemos seguros y tranquilos en nuestros hogares?
Dejo a la autoridad policial y judicial determinar si nos enfrentamos a hechos aislados, aunque demasiado repetidos -hipótesis que avanzaría-, y no en grupos de jóvenes organizados en este modo de vida. Me limito en estas breves líneas a ofrecer unas pistas que nos permitan encuadrar los hechos violentos arriba señalados.
La importancia de las situaciones de desestructuración social en los menores victimarios no debe descartarse, como parece ocurrir en algunos episodios recientes. Pero no debe olvidarse que también encontramos comportamientos de grave violencia en menores en los que no cabe argüir situaciones de desestructuración familiar, educativa o social. Añádase, además, que tales situaciones de desestructuración exigen, previamente, una explicación, un motivo -si no una causa- que la origina. Recuerdo el libro de Javier Urra ‘El pequeño dictador’, escrito en 2006. La cosa viene de lejos. De ahí que vaya a insistir en un argumento muy reiterado, pero no por ello menos real: la educación recibida por los menores, el modelo de educación en la familia, en la escuela y en la sociedad que sigue siendo en gran medida imperante entre nosotros.
Un joven pensador francés, profesor de secundaria, Francois-Xavier Bellamy, escribió hace poco un impactante ensayo, aún no traducido al castellano, donde constata que en la ideología dominante en gran parte de Europa occidental se rechaza la transmisión de saberes, de experiencias, de valores, etc., por parte de la generación adulta a las nuevas generaciones. Gracias a internet -escribe- parece que estamos dispensados de transmitir un saber: solo nos queda proponer cómo «saber-hacer», cómo «saber-ser». Se ha instalado en la sociedad la necesidad de educar, pero sin transmitir. A los padres y a los profesores se les ha encargado la misión de educar, pero dejando al niño y al menor libre, virgen de toda traza de autoridad, liberado del peso de toda cultura anterior, de toda violencia simbólica, gratuita, que recibirían en la herencia que les impondría el sistema educativo y el familiar.
La consecuencia es que el menor tendrá que lanzarse, él solo, a la búsqueda de su saber, de sus decisiones morales y de su futuro. En realidad, hemos pasado del más que criticable principio de que «la letra con sangre entra» -lo que personalmente etiqueto como el reino de la ‘potestas’- al del artículo 33, el de «porque lo digo yo», pero sin aceptar, incluso renegando, el gran principio de la transmisión de los saberes y de los valores al educando para así conducirle a la autonomía y responsabilidad propias, esto es al reino de la ‘auctoritas’. Hemos dejado solos a los niños y menores al albur del azar de internet, de los contactos y de las imprevisibles experiencias en nada evaluadas. Ya lo hará él cuando sea mayor, se dice. Pero ¿desde qué saberes?, ¿desde qué valores? Pues desde los de la mayoría.
Hannah Arendt, en los años 70 del siglo pasado, ya había descrito esta situación: «liberado de la autoridad de los adultos, en realidad el niño no ha sido liberado, sino sometido a una autoridad bastante más horrorosa y verdaderamente tiránica: la tiranía de la mayoría». Con lo que la apelación a la libertad total se convierte en la tiranía de la mayoría.
A José Antonio Marina le he escuchado muchas veces decir que todos nacemos dependientes y que aprendemos la autonomía obedeciendo, de entrada, a nuestros padres y educadores, para después obedecer las normas que hemos construido y que nos damos a nosotros mismos. La libertad se aprende con la obediencia. Pero ¿qué educación propugna hoy la obediencia?
Soy plenamente consciente que a muchos esto les parecerán palabras bonitas, que no resuelven la actual situación de alarma que se vive ahora en Bilbao. Lo asumo, pues miro hacia atrás para dar una pista de por qué hemos llegado hasta aquí y sugiero cómo proceder en el futuro. Pero en la actualidad es obvio que lo primero es asegurar la seguridad de los ciudadanos en la calle y en sus casas. Lo que exige aumentar la Policía de proximidad. Además, quienes han cometido tales barbaridades deben estar encerrados, deben sentir que sus actos conllevan unas penas a cumplir. Hay que hacer lo posible para que cuando la Justicia determine que puedan volver a la calle, lo hagan social y laboralmente reinsertados o en condiciones de reinserción. No es cuestión de buenismo, sino de eficiencia social. Un año en la cárcel en Estados Unidos cuesta lo mismo que un año en Harvard. La educación no puede resolver todos los problemas sociales, pero sin la educación no se puede resolver ninguno de ellos.
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