La quema de una excavadora de las obras del tren de alta velocidad en Rentería, acompañada de pintadas insultantes contra la Ertzaintza, retrotrae a Euskadi ... a las imágenes de un macabro pasado que solo añora una ínfima minoría incapaz de asumir la inapelable derrota de ETA en el intento de imponer sus postulados fundamentalistas a través del terror. El ataque revela la intolerancia asentada en grupúsculos radicales deseosos de mantener viva la llama de la violencia pese al clamor de una sociedad vasca que la rechaza sin ambages y se esfuerza en reconstruir una convivencia normalizada y en cicatrizar las heridas todavía abiertas de su traumática historia reciente. El acto vandálico de la noche del miércoles apunta a dos de las obsesiones de ETA en su etapa final -el TAV y la Policía autonómica- que si algo reflejaban era la absoluta falta de sintonía entre la banda terrorista y los sentimientos de la inmensa mayoría de los ciudadanos. La frontal negativa de la izquierda abertzale a condenar esta intolerable agresión, o las perpetradas la pasada semana contra el monolito que recuerda a Fernando Buesa y su escolta y la tumba del exdirigente del PSE, es una anomalía que la retrata.
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