Las masivas manifestaciones que recorrieron ayer las tres capitales vascas y las principales ciudades españolas visualizaron un clamor por la igualdad plena entre hombres y ... mujeres. Una reivindicación de justicia que, pese a serlo, mantiene un cierto halo revolucionario por las profundas transformaciones que implica su plasmación práctica, para la que aún queda un largo camino por recorrer. El Día Internacional de la Mujer volvió a mostrar en nuestras calles la pluralidad existente en torno a la defensa de unos principios que unen en lo fundamental a personas de distintas generaciones, procedencia, condición social e ideología. Ciudadanos que, en pleno siglo XXI, se resisten a aceptar como inevitable que la mitad de la sociedad sea discriminada por razones de género. Como otros 8 de marzo precedentes, la unidad y la transversalidad caracterizaron las movilizaciones en Bilbao, Vitoria y San Sebastián, con una nutrida presencia de jóvenes y que no se vieron contagiadas por la desalentadora fractura abierta en el movimiento feminista. Tal división quedó patente en las protestas paralelas organizadas en Madrid, con los ministros del PSOE y Unidas Podemos en convocatorias diferentes y en un clima de fuerte tensión entre los socios en el Gobierno por la ley del 'sólo sí es sí'. Horas antes, un grupo de feministas contrarias a la 'ley trans' irrumpió en un acto oficial de la titular de Igualdad, Irene Montero, que mostró una entereza digna de elogio.
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Una conciliación laboral realmente paritaria, un reparto equilibrado de los cuidados y las tareas del hogar, la superación de la brecha salarial, una mayor representación de las mujeres en los ámbitos de decisión de las empresas, erradicar cualquier tipo de violencia y acoso machista… Los múltiples desafíos pendientes para avanzar hacia la igualdad requieren una decidida labor de las instituciones que empuje en ese sentido. Pero también la complicidad activa de los hombres en pos de un objetivo que en modo alguno debe ser considerado una quimera, sino una meta cuya cercanía sirve para medir los progresos de una sociedad. Acercarse a ella será más fácil con un feminismo abierto, sin dogmatismos, capaz de aglutinar sensibilidades diversas por motivos generacionales o de cualquier otra índole y que no malgaste energías en diatribas de división. Un feminismo exigente y tan plural como una ciudadanía que valora los derechos conquistados en los últimos años y no renuncia a ver satisfechos los que aún quedan pendientes.
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