Leí recientemente una entrevista con un historiador hispano-británico que no tiene desperdicio. Hablo de Felipe Fernández-Armesto, muchos años profesor en Oxford y autor de un sinfín de publicaciones.El titular de la entrevista, publicada en 'ABC Cultural', ya da el tono de la misma: «La única lección de la historia es que no aprendemos las lecciones de la historia». Sin embargo,ante la pregunta de qué podemos aprender ahora de la historia responde lo siguiente, que cito en su totalidad:
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«Tres (cosas) si fuéramos de veras la especie 'sapiens': la humildad, ya que nos vemos pendientes de la superpotencia de la naturaleza y la misericordia de Dios; los valores comunitarios, que son los de la caridad, porque no vamos a superar la crisis sin ser solidarios y altruistas; y -tal vez más difícil de comprender- que es saludable menospreciar la salud. Pienso en el famoso grabado de la 'Danza de la muerte' de la 'Crónica de Núremberg' de 1493: los muertos, que danzan, cantan y tocan la flauta, exhiben lo que casi me permitiría calificar de 'joie de vivre' (alegría de vivir). Se ve en la misma página la letra de la canción que tocan. 'La muerte es mejor': caritativa porque visita y libera a los enfermos y achacados; igualitaria por su acogida indiferente a pobres y ricos; justa porque todos lo merecemos. Cuando, debido a cambios climáticos, las grandes pestes se acabaron en Europa en el siglo XVIII, la muerte dejó de ser tan íntimamente conocida de todos y empezó a temerse, eludirse, cubrirse de eufemismos. Hoy en día, en nuestra sociedad culturalmente plural, casi no nos quedan valores comunes. Pero pocos estamos dispuestos a morir y casi todos valoramos la salud. Si volviéramos a las actitudes de nuestros antecesores, no la valoraríamos tanto. Nuestras preocupaciones se disminuirían. Y se bajaría el coste inquietante y tal vez insostenible de nuestros servicios médicos».
Hasta aquí el texto del profesor Fernández-Armesto. Me permito unos comentarios. Dependemos de la naturaleza y de la misericordia de Dios. Dejemos hoy a Dios en paz y limitémonos a la «superpotencia de la naturaleza». Es cierto que nuestra generación alaba y destruye por igual la naturaleza. La alaba pues, estúpidamente, solo lo natural estimamos que es bueno mientras rechazamos lo artificial. Digo estúpidamente ya que ahora nuestros mejores científicos buscan desesperadamente una vacuna (algo artificial) para acabar con algo tan 'natural' como el Covid 19 que, al infectar a un humano, está infectando a media Humanidad. Y digo estúpidamente porque somos nosotros, los hombres y mujeres, quienes estamos dando lugar a los cambios climáticos entre otras cosas.
Pero no olvidemos que la naturaleza tiene sus propias leyes, la naturaleza no tiene ética. La naturaleza como tal no es responsable de nada, pues un tsunami o un fuerte temblor de tierra (sin que el hombre tenga nada que ver en ello) puede llevarse miles de vidas humanas. Sí, dependemos de la naturaleza y es imposible doblegarla. A lo sumo, mitigar los gigantescos daños que nos causa a menudo.
Dice el profesor Fernández-Armesto que necesitamos «los valores comunitarios, que son los de la caridad, porque no vamos a superar la crisis sin ser solidarios y altruistas». Se ve que vive en Gran Bretaña. Aquí no se atrevería a utilizar el término 'caridad', que tiene muy mala prensa. Pero la idea que defiende, como tal idea, recibe el acuerdo de todos y no me detengo en ella, para dar paso a la tercera que puede levantar mil y una ampollas cuando dice, poniendo la venda antes de la herida, que «y -tal vez más difícil de comprender- que es saludable menospreciar la salud». Y aquí viene la referencia a la danza de la muerte, que no voy a repetir, pero sí el final de su reflexión cuando afirma que «pocos estamos dispuestos a morir y casi todos valoramos la salud. Si volviéramos a las actitudes de nuestros antecesores, no la valoraríamos tanto. Nuestras preocupaciones se disminuirían. Y se bajaría el coste inquietante y tal vez insostenible de nuestros servicios médicos».
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Porque, añado yo, nunca tendremos los necesarios servicios médicos. Nunca, sean estos los que sean y dediquemos a la salud todo el dinero que sea. Porque hay cosas en la vida que no tienen límite: el bienestar, el reconocimiento social, la capacidad adquisitiva, la calidad de la alimentación, la educación, la sabiduría y, claro está, la salud. De ahí que, ahora que nos invade la epidemia del coronavirus, temblamos, nos irritamos y tenemos que vivir con la contradicción de pensar y decir que tenemos uno de los mejores sistemas de salud pública del planeta (reconocido por tantos europeos que vienen a operarse a España) y estemos criticando a los gobiernos porque no han dedicado el dinero suficiente a la sanidad. Es la condición humana, que diría Malraux.
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