Unas cumbres poco mágicas
Qué tendrán que ver las cumbres de las más altas autoridades políticas del orbe -la última la acabamos de tener en Biarritz- con mi lectura ... veraniega, aprovechando las vacaciones, de 'La montaña mágica' de Thomas Mann? El escenario de la obra se desarrolla en Davos, en los Alpes suizos, en la ciudad más alta de Europa, donde en su sanatorio y a una altura de unos 1.600 metros se estableció en 1911 el propio autor junto a su enferma esposa.
Y es también en Davos donde anualmente y desde 1971 se reúne el Foro Económico Mundial, denominado también Foro de Davos, una versión más amplia del G-7 de Biarritz, en el que, en teoría, se debaten los retos fundamentales a los que nos enfrentamos a nivel mundial: las cuestiones medioambientales, las desigualdades económicas, los problemas demográficos, los desafíos tecnológicos… pero, que en la práctica no deja de ser, en general, más que palabrería, 'networking' de alto nivel (lo digo por la altura de Davos), ecos de sociedad, culto a la ostentación, vacío intelectual, marketing político cortoplacista…
En 'La montaña mágica', más potente intelectualmente que cualquier cumbre política, queda expresada, a través de algunos de sus personajes, la eterna dicotomía, tan filosófica como vital, entre una pretendida visión humanista y un peculiar enfoque reaccionario, sus innumerables contradicciones internas y sus puntos de encuentro; en definitiva, la lucha eterna entre dos principios: el poder y el derecho, la tiranía y la libertad, la superstición y el conocimiento, el principio de conservación y el principio del progreso.
También en Davos, en 1928, Einstein pronunciaría el discurso inaugural de los Cursos Universitarios del lugar y al año siguiente sería la reunión-cónclave de filósofos, que se trata en la obra de Eilenberger 'Tiempo de Magos' (curioso título también). En ella, Cassirer y Heidegger, reproduciendo respectivamente y en la realidad los papeles que en la ficción había dado Mann a sus personajes humanista y reaccionario, realizan -en un debate- una disputa clave en la historia del pensamiento, partiendo tanto de la pregunta kantiana ¿qué es el hombre? cómo de su tentativa compleja respuesta: el hombre es un ser metafísico que necesita hacerse preguntas que no puede responder.
'La montaña' de Mann es mágica. En ella, el tiempo -el comportamiento de sus estaciones no coincide con las habituales- y el espacio parecen eternos e infinitos y se miden de otra manera. Hasta los pensamientos y los sueños acontecen y se perciben de forma más intensa. Además, la ciencia y el arte -lo intelectual y lo bello- conviven en armonía. El mundo «allí arriba», quizás por la posición horizontal que se estila -los enfermos se tumban en hamacas en las terrazas-, o por el aire que se respira, se mueve en distintos parámetros que «aquí abajo», donde, hoy en día, cien años después, parece que los problemas se agravan. Fanatismos, totalitarismos y xenofobias abundan por doquier. Las democracias peligran y las desigualdades tienden a crecer. Las disrupciones tecnológicas, el transhumanismo, el cambio climático… nos preocupan. La postverdad o directamente las falsedades dominan las redes sociales y contaminan a los medios de comunicación.
Además, parece que nos gusta, o eso intentan vendernos, lo negativo: en noticias, lo truculento (lo del sensacionalismo de 'El Caso' de hace años elevado a la enésima potencia); en lecturas, la novela negra; en cine, sangre y violencia… También nos venden el éxito fácil, sin esfuerzo y la competitividad exacerbada, de cualquier manera, sin muchos escrúpulos. Parece que los enfermos ahora estamos «aquí abajo». A veces da la impresión de que, en general, los líderes políticos, empresariales y sociales -los que se reúnen en Davos o en Biarritz- en vez de solventar los problemas son los pirómanos que los prenden. Así, ¿hacia dónde vamos?
Thomas Mann nos legó primero su obra, comprometida con una realidad entonces también compleja; nos legó también su actitud, que comenzó dubitativa ante el totalitarismo para ser luego decididamente beligerante ante él (nos recuerda en esto a nuestro paisano Unamuno). Por último, su hija Elisabeth Mann fue una de las fundadoras (la única mujer) hace más de cincuenta años del Club de Roma, el primer laboratorio de ideas que comenzó a preocuparse y ocuparse de asuntos de carácter global, haciéndolo, no a través de movilizaciones, manifestaciones o protestas, sino apelando a la concienciación, mediante la elaboración de artículos e informes. El primero, 'Los límites del crecimiento' y el último y ya reciente 'Come on¡'.
A pesar de la magia de la montaña, en la novela, «los de arriba» se verán afectados, y ¡de qué manera¡, cuando «abajo» estalle la tempestad con el atentado de Sarajevo contra el archiduque de Austria en 1914, y la consiguiente y terrible Primera Guerra Mundial, e incluso el debate real de los filósofos dicen que lo ganó el reaccionario. A nosotros, hoy y «aquí abajo», nos gustaría, con conciencia, compromiso y pensamiento creativo y crítico, como Thomas Mann aportaba, no perder la esperanza en el triunfo del derecho, la libertad, el conocimiento y el progreso, en definitiva, la victoria del humanismo.
Claro que los líderes del orbe -a los que tampoco les pedimos que sean magos sino simplemente que cumplan con su trabajo- deberían encarar los problemas, que son mundiales, desde una perspectiva holística y coordinada. Pero aún estamos lejos de ello, con unas cumbres que, por desgracia, tienen poco de mágicas.
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