Y van cuatro
Repetir las elecciones es una burla a los ciudadanos. Una falta de respeto, además de una escandalosa muestra de ineptitud. Elegidos gracias a la confianza ... de los votantes, en unas elecciones récord en ilusión y participación, nuestros políticos han fracasado en aquello para lo que, precisamente, se les había señalado: dialogar, construir, formar un gobierno y conferir estabilidad al país. Todo ha sido más de lo mismo. De un extremo al otro se han repetido los cánones de comportamiento que desde hace mucho tiempo caracterizan la política española. Una derecha derrotada que no se cree vencida, sino más bien víctima de una maligna conspiración izquierdista; unos partidos nacionalistas que van a lo suyo; unas formaciones regionalistas que tres cuartas partes de lo mismo y una izquierda que se tiene un miedo atávico, prisionera desde sus orígenes entre el radicalismo revolucionario y la aquiescencia burguesa del reformismo posibilista. Y, entre todos ellos, los liberales de Rivera, que se ríen de sus orígenes y claman consignas patrióticas, y esos otros de extrema derecha que contemplan los toros desde la barrera porque, de entrada, todavía no son imprescindibles.
Así las cosas, incapaces e impedidos por miedos y odios ancestrales, socialistas y pablistas -no conviene decir comunistas, pues ya no es ni políticamente correcto ni acorde a los preceptos de los 'millenials'-, se han negado el diálogo desde el principio. Pedro Sánchez, consciente de su atractivo personal, su magnetismo y ese semblante que le hace parecer un hombre de Estado guapo y resuelto, ha practicado el amago constante pues bien sabía que en la espera podía estar la victoria futura. Ha estado más pendiente de las encuestas que de negociar de forma real con el representante de una formación, Unidas Podemos, atenazado por esa tendencia a quedar bien entre sus huestes y consultarles todo. Atentos ambos a intereses propios y de partido, olvidaron que era sobre sus espaldas sobre las que había recaído desde el principio la tarea de formar gobierno. Ellos eran los auténticos responsables, los elegidos por la lógica electoral para intentarlo. No había otra, por mucho miedo que tuvieran los banqueros. Pedro y Pablo deberían de haber formado gobierno. Pensar en cualquier otra posibilidad era, de verdad, admitir escenarios absurdos. De hecho, la traca final de Rivera no ha sido nada más que un juego envenenado. La gracieta de alguien que no quiere perder la oportunidad de salir en la foto. De ahí eso de «aún estamos a tiempo».
Engañados, los ciudadanos se han de preparar una vez más (y van cuatro en cuatro años) para volver a las urnas. De nuevo las encuestas, de nuevo las promesas de diálogo y de nuevo toda la verborrea de unos políticos que, bien mirado, no han cambiado nada el estilo de hacer política. Más de lo mismo. ¡Qué desazón!
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión