Condenados a entenderse
ramón gorriarán
Jueves, 7 de noviembre 2019, 01:16
Las campañas electorales son terreno feraz para que germinen como noticias lo que no son más que obviedades. La gran coalición de PSOE y PP ... es un ejemplo. Que socialistas y populares no van a llegar a un acuerdo para gobernar después del 10 de noviembre es de cajón. Pero ha bastado que Pedro Sánchez confirmara que esa alianza no se va a producir para que el guion de la campaña se pusiera a girar sobre ese eje. Si en España no ha habido gobiernos de coalición en cuatro décadas de democracia no lo va a haber por un súbito entendimiento de los dos grandes adversarios que se han alternado en el poder.
Pero PSOE y PP en esta oportunidad están condenados a entenderse después de las elecciones del próximo domingo. Así sucedió en octubre de 2016, cuando los socialistas facilitaron, sin necesidad de fraguar ningún pacto, la investidura de Mariano Rajoy a costa de pagar un desorbitado precio interno. El coste de ir a unas terceras elecciones era aún más elevado tanto para el PSOE como para la estabilidad institucional. Esta vez, tampoco nadie quiere ir a unas generales en la primavera de 2020, después de los dos intentos de este año.
Todo apunta a que el resultado electoral va a diferir poco del 28 de abril. El bloque de la izquierda y de la derecha aparecen igualados en todas las encuestas, salvo la del CIS. PSOE y Unidas Podemos están aún más lejos del acuerdo que hace siete meses y el apoyo de los independentistas catalanes se da por descartado. Ciudadanos, dicen los sondeos, se encamina hacia el despeñadero y los resultados que obtenga el 10-N impedirán, por insuficientes, que sea el báculo en el que Sánchez pueda apoyarse. La derecha, por su parte, de nuevo se quedará sin sumar lo suficiente para gobernar. Bloqueo 3.0 a la vista.
El PP se va a encontrar en la misma tesitura que los socialistas hace tres años. Permitir que gobierne Sánchez en absoluta minoría o prolongar una parálisis que ya va para cuatro años. Entre los populares, al menos entre sus cabezas más institucionales, no hay duda de que la solución pasa por la primera opción. No en una gran coalición, que nadie quiere, sino con la fórmula, mal que les pese a algunos populares, de una abstención que posibilite la permanencia en La Moncloa del líder socialista.
Es una alternativa que nadie va a reconocer durante la campaña electoral, pero que socialistas y populares manejan en voz baja. En eso tiene razón Pablo Iglesias. Nadie va a mostrar sus cartas antes de tiempo. Eso solo lo hace Albert Rivera, que antes de votar el 28 de abril cerró la puerta al entendimiento con el PSOE cuando nadie se lo había pedido, y se encuentra ahora con el agua al cuello y tratando de volver sobre sus pasos cuando podía haber entrado en un gobierno de coalición con mejores argumentos que Iglesias.
Pablo Casado también ha sido contundente al negar con rotundidad la posibilidad, no ya de la gran coalición, sino de facilitar un nuevo mandato de Sánchez. Decir lo contrario sería un suicidio electoral. Pero la realidad que se avecina, salvo destrozo demoscópico (excepto para el CIS) y monumental sorpresa, apunta a que esa hipótesis va a estar sobre la mesa de la calle Génova, y que dar ese paso gana adeptos en el PP. Casado además no tendría que pagar el precio de la dimisión, como Sánchez.
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