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«¡Vamos a escuchar!», clama a veces el Gran Teatro Falla cuando, con alguna de las agrupaciones de carnaval ya sobre las tablas, el vocerío ... no se aplaca. Vamos a escuchar. Es una frase que apetece pronunciar a menudo: ante el desinterés, ante la desinformación, ante el solipsismo, ante las constantes miradas a la pantalla del teléfono móvil. Se diría que vivimos una época ensimismada y narcisista, por eso me sorprende el éxito arrollador que han obtenido algunos podcast conversacionales, que ahora cosechan llenazos en sus directos. El formato, que puede resumirse en un par de personas hablando sobre esto y sobre lo otro, con una escenografía inexistente -una mesa, un mantelito, los micrófonos de rigor-, logra atraer a miles de personas. Llenan los teatros, los palacios de congresos, el BEC. No quiero sobredimensionar el asunto, pero me gusta la idea de que tanta gente acuda a escuchar cómo conversan otros, ahora que a veces parece que nadie escucha a nadie.
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