A medida que pasa el tiempo, da la impresión de que las buenas noticias escasean, así que al recibir alguna, nos sumimos a veces en ... la perplejidad, como si estuviéramos delante de un animal prehistórico. Después ya nos alegramos. Creo que las buenas noticias pueden dividirse en dos grupos: las que conllevan alguna mejora respecto a nuestras actuales circunstancias -un ascenso, un premio, un nacimiento- o las que simplemente nos permiten seguir como estábamos. Con el paso de los años, se imponen las buenas noticias del segundo grupo. No resplandecen como las del primero, pero nos alegran igualmente: que el dentista, al concluir la revisión, nos diga que está todo en orden, que las analíticas sean más o menos normales, que lo del coche no resulte, al final, tanta avería. Buenas noticias, ya digo, aunque discretas. Va una aprendiendo a valorarlas; por anodinas que puedan parecer resuenan con la música de lo extraordinario.
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