Un cuento de Pedro Ugarte que me parece excelente se titula 'Cliente fantasma'. Está contado desde el punto de vista del hijo que cuando era ... niño acompañaba a su padre en las visitas a concesionarios de automóviles, donde se interesaba por los coches caros. Ante el vendedor de turno, el padre se hacía el experto mediante preguntas de entendido, buscando pillarlo; y mantenía una actitud de posible comprador, pero escéptico y displicente, de sí pero no. Después, ya a solas, aleccionaba a su hijo respecto a la delicada decisión que supone escoger el modelo adecuado. El hijo mantiene la ilusión de que en algún momento su padre comprará ese coche perfecto y admira su desenvoltura con los cansados vendedores durante su hora preferida de visita, justo a punto de cerrar. Poco a poco, el hijo se da cuenta de que todo es un fingimiento y de que su padre jamás comprará un coche lujoso ni de ninguna clase. Deja de acompañarlo antes de cumplir los quince años, cuando ya no le quedan velos que eviten la revelación de que su padre es un pobre hombre que hace el ridículo ante esos sufridos vendedores, obligados a la pantomima de tomarlo en serio, que se reirán de él cuando por fin se va.
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Me acordé de este melancólico relato por una conversación con una mujer inteligente en la que hablábamos de una tercera persona, un hombre, a quien ambos conocimos bastante y terminó por decepcionarnos sin posibilidad de remisión. Mi amiga llegó a una demoledora conclusión. «En el fondo, es un pobre hombre». Terrible para un hijo darse cuenta de que su padre, que fue el referente en su infancia, es un pobre hombre y que así lo ven también los demás. No menos terrible cuando una mujer resume a un hombre como un pobre hombre. Ya que la calificación de pobre mujer no tiene la misma connotación, y no es debido a apreciaciones machistas o feministas. Pobre mujer puede resultar piadoso, conmiserativo, circunstancial; pobre hombre es siempre devastador («en el fondo es»), vitalicio y el tono más apagado de la grisura.
¿Uno es capaz de darse cuenta de que es un pobre hombre?, ¿de la propia mediocridad y pobreza de espíritu sin que medie el que llegue a tus oídos que hablan así de ti? Probablemente no, con excepciones que quizá solo se encuentran en la ficción. Al final del cuento de Ugarte, el hijo, ya con la edad de su padre entonces (después, el padre cae enfermo, no puede salir más de casa y tiene que privarse de la práctica de su modesta impostura), atisba que él mismo va a convertirse en un cliente fantasma, y que por consiguiente continuará la tenue estela de pobre hombre de su padre.
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