A partir de ahora
Podríamos aprovechar este paréntesis para pensar en el estilo de vida que llevábamos
En febrero, poco antes de que se iniciara el confinamiento, murió mi padre tras una corta enfermedad. Yo apenas llevaba un par de meses jubilado ... de la educación. Además se dio la casualidad de que por aquel entonces acababa de poner el punto final a una novela en la que había estado trabajando tres años y había enviado a un editor de Málaga mis cuatros viejos libritos de poemas (que él sorprendentemente me había pedido) para una posible próxima edición en un único volumen, como suele hacerse con los poetas viejos. Mi vida parecía estar echando la persiana a una época. De repente, me sentí vacío, sin nada entre manos. Así que mi cerebro soltó aire, vaciló y se reclinó en el respaldo de la silla para quedarse un rato en silencio con los párpados a media asta contemplando el atardecer. Y en esas estoy, en esas sigo todavía. Encerrado en este impasse reflexivo que no sé si acabará algún día.
Yo temía que por ley de vida todo eso iba a pasar más temprano que tarde (todo menos la pandemia, claro) y estaba mentalmente preparado para iniciar ese periodo de reflexión en la confianza del que aún sueña con poder reinventarse de algún modo y hallar fuerzas para hacer cosas nuevas. O cosas que, quizá, uno dejó en su día relegadas para más adelante. Pero, en ese momento, surgió el monstruo, se instauró el estado de alarma, se inició el confinamiento y mi vida entró y sigue en pausa. Y ya no me refiero solo a la pérdida de la acción: es el estado de ánimo, las expectativas, las ganas; es todo eso lo que está en pausa.
Que esto me ocurra a mí, a mi edad, no es ningún drama. Digamos que, dadas las circunstancias, yo estoy ya en un momento en el que puedo y debo afrontar el hecho de que la vida se me venga a menos, reduzca sus aspiraciones y se haga más solitaria y menos frívola. Lo extraño es que, por causa de la pandemia, esto mismo le está pasando en mayor o menor medida a todo el mundo, tenga la edad que tenga. Y eso es triste. Hay tristeza por todo, en las conversaciones, en el aire: la respiramos por la mañana y la tragamos al atardecer. Y no digo que me parezca bien. Pero, ya que es así, se me ocurre que podríamos aprovechar este paréntesis para pensar en el estilo de vida que llevábamos. Cada uno en la suya. La gente ahora no gasta en ropa, no entra en bares, no va a cines, no viaja. Y quizá todo eso tarde en volver, si es que vuelve. Quizá, después de todo, nos venga bien esta pausa para reflexionar con calma y reinventarnos. Y erradicar inercias nefastas. Y desaprender estupideces. Y tomar conciencia de la clase de mundo en el que vamos a tener que vivir a partir de ahora.
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