Nuevas perlas orales
Los mayores disparates lingüísticos suelen ser los de la ignorancia pretenciosa
No veo más programas de cadena (y bola) en la televisión que los noticiarios (incluido el índice del 'Teleberri', hacia el que desarrollé adicción desde ... la pandemia). Lo que ofrecen las plataformas por 'streaming' me basta y me sobra, y además los programas llamados de entretenimiento, que son la mayoría, me horripilan. Por eso, para no desconectar del todo con el piélago televisivo, de vez en cuando hago un zapeo completo por el larguísimo menú de canales. Me detengo un poco en lo que me sorprende, rara vez para bien, permanezco un par de minutos colgado en el canal con algodonosas imágenes y musiquillas para sosegar o dormir a bebés y llego a Intereconomía y más allá, hasta canales asombrosos que no ha descubierto el ojo humano, como en el viaje alucinante al otro lado de la puerta de las estrellas en 2001. Si tengo suerte, en el prolongado trayecto pesco alguna buena perla oral que puedo engarzar en el collar de surrealismos semánticos que llevo años acuñando y que suelo servirles a modo de tapa ligera en agosto. Tuve esa suerte y hallé estas suntuosas perlas negras.
Como saben, Berlanga mantenía el fetiche de que en sus películas alguien dijera «Imperio austrohúngaro». Al hilo mal enhebrado, en un programa de cotilleos injuriosos apareció un chico que hablaba en un tono entre la afectación y la chabacanería pedante (fanatizado por su propia incultura, habría sentenciado cierto devoto escritor) que soltó con enfado: «Eso que dices me suena a gastro-húngaro». El ignoto idioma magiar estomacal; una genialidad.
El otro día, esta vez en un programa de debate político, una mujer que parecía dueña exclusiva de la certeza dijo con autoridad que «el panorama general no era nada 'buayante'», en vez de boyante. En uno de cocina, el cocinero, que preparaba cerdo con un grueso empanado, dijo de este que debía quedar «en una capa unánime». Y es que los peores (o sea los mejores) disparates lingüísticos suelen ser los de ignorancia pretenciosa, con 'preveer' a la cabeza. Me contaron de una reunión de trabajo en la que alguien se obstinada en explicar con repetición que el conflicto que enfrentaba a dos personas venía de «viejas rendijas personales». Rendijas por rencillas tiene cierta cualidad poética de alma agujereada. En otra situación parecida se hizo ver que «los abogados tienen que cumplir su código ontológico». Ser o no ser, ese es el dilema; y ya se sabe que el Derecho y la metafísica van de la mano. Para concluir, aquella perla que oyó Javier Marías y consignó en un artículo. «¡Pobre hijo! Que Dios lo tenga en conserva». La vida eterna debidamente enlatada.
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