La muerte de Franco
Queda el agradecimiento encubierto de hijos y nietos del nefasto régimen
Ayer se cumplieron 46 años de la muerte del dictador Francisco Franco, a quien ser general no bastó para su megalomanía de hombre pequeño y ... fue generalísimo, o simple y tribalmente el caudillo, como un jefe guerrero de la antigüedad. A diferencia de Hitler y Mussolini, murió en la cama y tres décadas más tarde. Expiró tras una larga agonía que fue prolongada con tres operaciones y todos los medios médicos de la época (menos de dos meses antes, el 27 de septiembre de 1975, se ejecutaron por fusilamiento las últimas cinco sentencias de muerte que firmó el dictador). De mantenerlo en aquel simulacro de vida escribió Juan Goytisolo: «Era torturado cruelmente por una especie de justicia médica compensatoria de la injusticia histórico-moral que le permitía morir de vejez, en la cama».
En 'Franco', la enorme y recomendable biografía escrita por Paul Preston, se cuenta este pasaje con todos sus detalles lóbregos y se revelan motivos políticos y esclarecedores para esa persistencia, para ganar días. Uno de los médicos, de los que en el telediario se llamaba «el equipo médico habitual», contó muchos años después que tuvieron que afrontar una operación de urgencia en la precaria enfermería de El Pardo porque no daba tiempo a llevarlo al hospital. Y que era impresionante, y a la vez paródico, ver a la guardia del palacio que se cuadraba al paso de aquel despojo humano, a quien trasladaban desnudo y creo que sobre una alfombra.
De aquella mañana del jueves 20 de noviembre de 1975 ha quedado como una imagen (en blanco y negro) para la historia la comparecencia en TVE del último presidente del Gobierno de Franco y primero de la Monarquía, Carlos Arias Navarro (quien se ganó durante la Guerra Civil el apodo de 'El Carnicerito de Málaga'), con su reducida cara de viejo monito orejón embargada por la tristeza, sus compungidas palabras «españoles, Franco ha muerto», y el puchero ante la cámara.
Yo tenía 15 años y hacía COU en el colegio de los Maristas de la Plaza Nueva. Nos dijeron que se suspendían las clases por luto nacional y los de mi grupo nos fuimos a tomar vinos por el barrio. Recuerdo que los numerosos policías, los 'grises' desplegados por la calle, miraban nuestro buen humor con cara censora y duda sobre reprimirlo, pues no gritábamos nada ni brindábamos por la muerte del dictador.
Ahora, 46 años después, del franquismo no queda más que la nostalgia impostada de nuevos fascistas y el agradecimiento encubierto de hijos y nietos del nefasto régimen, cuyos ancestros dejaron bien colocados para que ocuparan posiciones de poder cuando faltase la sombra del caudillo.
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