Siempre nos quedará París, como en 'Casablanca'. Siempre nos quedará París, que fue capital del mundo, aunque nunca hayamos pisado sus calles consagradas por la ... historia y la leyenda. Y quién les habría dicho a Rick Blaine (Humphrey Bogart) y a Ilsa Lund (Ingrid Bergman) que en París pudiera hacer un calor de todos los demonios, un calor africano. En la península ibérica, las ciudades se preparan para un agosto de varios meses con toldos, fuentes, refugios, pero también se preparan (o deberían hacerlo) para el nuevo clima de la Tierra, como hace París.
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El mal verano es un demonio furioso y tiene un buen arsenal de plagas, pero solo mirándolas de frente y tomando nota podremos defendernos. Las ciudades absorben calor, lo guardan en el asfalto, y por eso están siempre más calientes que su entorno rural. Ahora en París se alzan las barricadas de la civilización contra el cambio climático, muy racionalmente, muy a la francesa. Algunas de sus señas de identidad visibles van a irse por el escotillón del tiempo: esos tejados de zinc que, por Dios, no habrá quién soporte cuando el aire se ponga a 50 grados. ¿París a 50 grados? Pues sí, eso podría pasar a mediados de siglo. Todos los elementos que atrapan calor se ven ya como enemigos y la ciudad de clima atlántico-continental se verá obligada a adoptar una fisonomía más sureña.
Europa es una de las regiones del mundo donde el cambio climático se nota desagradablemente; y en París, en vez de utilizar este problema de la forma más estúpida posible para alimentar enfrentamientos infantiles y malévolos, un grupo de políticos de diferentes partidos, según informa Euronews, ha llevado adelante una investigación para ver cómo buscar soluciones y paliativos. La investigación empezó el año pasado, cuando el termómetro marcó los 40 grados y se comprobó lo mal adaptada que está la ciudad de las luces al fuego de la canícula mediterránea. En esa investigación ha estado también Franck Lirzin, ingeniero, autor del libro 'París ante el cambio climático', donde enumera recursos y soluciones. La mayor defensa que tenemos, sin embargo, ya la ha inventado la Naturaleza.
Lo dijo Lirzin cuando el verano exhibió sus nuevos poderes sobre la capital francesa: «No se ha inventado nada mejor que los árboles para refrescar una ciudad: dan sombra y durante la noche evacuan el calor del suelo hacia el cielo. Una ciudad adaptada es una ciudad vegetal con calles donde hay una vía para la naturaleza». Sabemos que los espacios verdes son buenos para la salud, pero ante el cambio climático la ciudad verde es un nuevo concepto de la urbe como máquina de vivir que trae de vuelta lo que un día sacamos de ella. Nos parecía un lujo. Si lo es, es un lujo estrictamente necesario.
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