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En el ensayo de Georges Bataille 'Las lágrimas de Eros' hay unas fotografías perturbadoras. Son de 1905 y muestran la ejecución pública, en Pekín, de ... Fu-Tchu Li por el magnicidio del príncipe Ao-Han Ovan. El joven condenado sufre el 'Leng T'ché' o suplicio de los cien pedazos, una forma de muerte lenta inventada durante la dinastía manchú. El reo está drogado con opio y los hábiles verdugos le seccionan la carne con afiladas cuchillas. Se la extirpan músculo a músculo, con paciencia y meticulosidad. En las fotografías, Fu-Tchu Li se contempla la carnicería y sonríe idiotizado por el opio, pero al mismo tiempo tiene el cabello erizado por el pavor. Para Bataille, el rostro sonriente del chino fileteado no se debe a la insensibilización por el opio sino a estar en trance, «gozosamente agonizante». Para el excesivo escritor la imagen «revela que la verdad del rapto místico no es el encuentro con Dios, sino el instante en que el placer se confunde con el dolor y el éxtasis sexual con la muerte». No olvidemos que los franceses llaman al orgasmo 'la petite mort'.
La sonrisa de sufriente placer de Fu-Tchu Li y sus pelos de pincho me recuerdan a los del chino que regenta la tienda de alimentación, y de todo lo imaginable que se pueda vender, que frecuento a horas intempestivas y en fiestas de guardar. El chino y su mujer, que se parecen entre sí como dos granos de arroz, se turnan al frente del negocio en jornadas laborales estajanovistas. El no haberlos visto nunca juntos y su gran parecido me hace sospechar que en realidad la china es el chino con peluca, quien con esta estratagema esquizofrénica intenta hacerse la ilusión de que pasa menos horas atado a la tienda.
La sonrisa del tendero, que mira todo el tiempo la pantalla de una tableta que profiere extraños ruidos, es inalterable y la expresión de su eficacia comercial. Le pidan lo que le pidan, lo tiene y se lo dispensa al cliente sin mirarlo apenas, con esa sonrisa que no cambia cuando un yonqui le pregunta si tiene «una cuchara de hierro» (sic), unos jóvenes suicidas piden una botella de vodka negro, una travesti demanda tampones o yo una sopa coreana aterradoramente picante de la que me hice adicto. Su sentido del asueto es salir a la puerta de la tienda a fumar.
Se dice que hay unos 1.411 millones de chinos. Pero, como decían Borges y Bioy Casares en un cuento humorístico, ¿acaso alguien los ha contado? Es probable que sean muchos más y ni ellos mismos lo saben, o sí, y forma parte de su estrategia para dominar el planeta junto con su capacidad de producción, el régimen dictatorial y la constancia del óxido.
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