Autobombo y alipori
La vergüenza ajena desazona pero produce regocijo por la comicidad de lo ridículo
Un chiste que aúna humor negro y ese espíritu del desenfado picaresco por el que todo aprovecha al convento es el del reciente viudo que ... va a encargar la esquela de su mujer y se queda escandalizado de los precios. Los módulos se tarifican por el número de palabras. Va bajando por los precios y las extensiones hasta que llega al más barato, en el que solo se pueden emplear cinco palabras. Se queda pensando en cómo comprimir la información del deceso en tan escaso margen y al final dicta: «Concha muerta. Vendo Opel Corsa».
Adoro la palabra alipori. Parece ser que la importó Eugenio d'Ors del italiano. Su significado es descriptivo y concluyente: vergüenza ajena. Produce una impresión ambivalente sentir vergüenza ajena por alguien. Por un lado desazona, da grima (otra gran palabra), pero por otro aporta cierto regocijo porque quien incurre en causar alipori suele transitar por lo ridículo, de infalible comicidad.
No todo campo sembrado justifica la promoción de algo propio, sobre todo si es de naturaleza radicalmente distinta a la de lo utilizado como soporte publicitario; sería el caso del chiste. En el oficio de escritor he visto cosas de no creer aparejadas con intentos de vender los propios libros en los marcos más diversos y sorprendentes. Mejor prescindo de ejemplos concretos.
El grado más alto de alipori promocional o justificativo lo consigue el desacomplejado autobombo. Jalearse a uno mismo o a los logros que te atribuyes resulta penoso y suele intentar el encubrimiento en vano de lo contrario. Algo parecido a Manolito, el de Mafalda, en la tienda de ultramarinos familiar cuando olfatea con desagrado algo del ambiente y piensa: «Me parece que ya ha aparecido la oferta del día». En el piélago político el autobombo consigue hipérboles de sonrojo. Por ejemplo en el caso de una ley de apaño y deplorable circunstancia que se califica por sus muñidores de logro de la democracia y envidia de Europa. Alipori con escalofríos.
Y vuelvo a los libros y sus alrededores. No sé si saben que era frecuente (supongo que todavía lo es) que los propios autores escribiéramos los textos de contracubierta y los datos biográficos de la solapa. En los textos hay quienes se echan flores sin complejos y hasta la náusea. Y en los de vida del artista he leído cosas asombrosas. Desde el que cuenta que es tan poeta como aficionado al bricolaje, el que dice que el bar de la universidad truncó su vocación periodística o uno de los mejores: «Nace en Barakaldo en 1978 y se cría junto a los míticos Altos Hornos de Vizcaya». «¡Homérico!», que diría Michaleen ('El hombre tranquilo').
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