El egoísmo, como tantas otras fuerzas invisibles, produce resultados perfectamente comprobables. Uno de sus últimos logros ha sido dejar vacíos la mitad de los asientos ... en los trenes de media distancia. Es una proeza mezquina, pero ha condicionado el paisaje interior de los vagones en las lineas antes llamadas 'regionales' desde que entró en vigor el abono gratuito de Renfe el día primero de este mes. Lo cual sería, si aplicáramos un argumento al más puro estilo María Claver, prueba de que la medida ha fracasado. Pero lo que ha sucedido es que, como en la media distancia se puede reservar plaza, una parte de la población viajera decidió asegurársela en varios trenes para luego coger el que más les convenía o no coger ninguno. ¿Que lo perdían? Podían subir al siguiente sabiendo que allí les esperaba su asiento, impertérrito, indiferente a las pequeñas tragedias de quienes veían imposible ir al trabajo o a la universidad o al médico. Si decidían quedarse un rato más con los amigos, se habían reservado una franja horaria que les otorgaba la seguridad del retorno. Y si decidían no volver (o no ir), ¿para qué perder el tiempo anulando la reserva, puesto que no había penalizaciones?
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Esto ha tenido varias consecuencias. Los trenes estaban completos con días de antelación, pero la fantasmal invisibilidad del aire ocupaba mucho más espacio del habitual. En Facebook, en Twitter los viajeros frustrados les dedicaron a los viajeros excesivamente prevenidos toda clase de bendiciones. Y, por fin, Renfe ha cambiado las normas teniendo en cuenta la sigilosa fuerza del egoísmo humano, que no es, ciertamente, la única motivación de nuestra conducta, pero que constituye una poderosa energía apta para llenar y rellenar varios programas de Cuarto Milenio.
Es, sin embargo, la psicología, no la parapsicología, la que estudia estas cosas, sin olvido de la psicología social, que explica los intersticios y cámaras magmáticas donde se producen los intercambios de presión entre la sociedad y los individuos. La travesura ferroviaria que comentamos ha entrado en el repertorio de la picaresca, no sé ni nacional o internacional (¡en tantas partes cuecen habas!). Y la picaresca como narración está muy bien, aunque no como experiencia si te toca el papel de víctima. Al redactar la noticia se han usado frases como ««los más avispados copaban las plazas…», «los viajeros más espabilados bloqueaban»… Se podía haber dicho «los más desahogados», o «los viajeros insensibles». La selección de términos revela una simpatía habitual hacia el pícaro que lo excusa y lo alienta. Pero el pícaro moderno no lucha por sobrevivir con las armas de su ingenio y su astucia, sino que usa y abusa, y eso tiene poca gracia.
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