A veces pienso que me gustaría ser optimista. Pero afortunadamente no lo soy. Por otro lado, reconozco con gratitud que los optimistas, en el fondo, ... tienen buena intención y son beneficiosos. Para la sociedad, quiero decir: tranquilizan a la gente que, por lo general, se suele poner nerviosa. No obstante, Lutxo, España es un bar, le digo. Y luego se lo repito, para introducirle bien la idea en la mollera: España es un bar. Y me pregunta: ¿Con terraza o sin terraza? Y le digo: Con lo que haga falta y plato de la casa. España, Lutxo, toda entera con sus variadas y amenas y respetuosas diversidades, que son muchas y maravillosas todas ellas (incluidas las gastronómicas), es un bar. España es un figón. Es un restaurante. Es la zona de recreo de Europa. Aquí la gente viene porque se lo pasa bien. Esto es la monda. Y vamos a más. Es de locos.
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En fin, estamos ahí, a las doce de la mañana, en la terraza del Torino, en enero, porque lo que voy a contar fue hace un par de días, y de repente pasa por delante una tropa de turistas de la tercera edad. Cada uno con su mochila. A todos se les abría la boca cuando miraban las torres y los pisos altos, cansados ya de la caminata por la ciudad. No sé de dónde eran ni me importa. Eso da igual. Vienen de todas partes. Tan pronto oyes hablar en un idioma como en otro. Qué desasosiego, pensé al verlos. Yo creo que estamos al borde de la sobrexplotación hostelera. En la clasificación de los diez países que más turistas reciben somos el segundo, un poco por debajo de Francia. Y siento decir que seguimos mejorando, le digo. Pronto podríamos ser los primeros, Lutxo. Y me suelta: Seamos optimistas.
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