La palabra 'naufragio' siempre me ha fascinado. La palabra y el concepto. Desde niño. Yo quería ser náufrago. Tener una isla para mí. Como Robinson ... Crusoe. Qué aventura. Construir una cabaña maravillosa sobre las ramas de un árbol. Tumbarme en la hamaca y divisar desde allí el atardecer, con mi formidable catalejo rescatado del hundimiento. Junto a mi mascota: un mono. Quién no querría eso, Lutxo, viejo gnomo. Todos lo hemos soñado, le digo. Y me suelta: Feijóo no es ningún náufrago. Y le digo yo: Todos lo somos, Lutxo. Náufragos de la vida, querido amigo. Feijóo también. De hecho, tiene cara de náufrago. Fíjate bien, ya verás. Desde antes de subirse al barco.
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Y ahora fíjate en la cara de la otra, la que tiene al lado, le digo. Y dice: A mí, lo que me flipa son los gestos de la Cuca. Yo decía de la otra, le digo. Pero, es igual, qué más da. Ahora bien, le digo: Y Borja, ¿qué? Y dice: ¿Borja? Y yo: El de aquí. Y él: Borja Sémper. Y yo: Ese. Cara de náufrago también tiene, ¿no?, le digo. Como todos, en realidad. Y dice él: Pues a mí me parece un chico majo, aunque un poco verso suelto. En fin, que áspera es la derrota, ya lo sabemos. Pero, bueno, chicos, ahora toca tranquilizarse un poco. La vida está hecha de derrotas y naufragios, eso lo sabe todo el mundo. No hay que ponerse a insultar. Además, si se insulta mucho, se acaba quedando mal. Como si solo se supiera hacer eso. Es curioso cómo se nota la falta de clase. La gente la ve enseguida. Y hay que tener clase, esa es la cosa. No obstante, eso es muy difícil, claro, supongo. Porque todos somos náufragos. Por definición. Ser un náufrago y tener clase, eso es lo difícil, ¿a que sí?
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