EFE

Eramos la cola del ratón y nuestras enormes diferencias nos impedían sentirnos europeos. Casi como si la geografía nos impidiera integrarnos, viajábamos vacilantes por el ... continente con nuestro inglés macarrónico y nuestro complejo de bajitos. Ahora, en Bruselas, empezamos a levantar sospechas y no me extraña. Mas allá de los Pirineos, los periódicos, las radios y televisiones informan a los ciudadanos sobre las próximas elecciones europeas. Las tertulias hablan del peligro de la extrema derecha holandesa o de los nuevos populistas que emergen en algunos países. Informan sobre la incapacidad de los partidos para encontrar a candidatos capaces de desenvolverse en Bruselas y comentan la incertidumbre política de nuestro país.

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Franceses, alemanes, belgas, polacos… Todos saben la importancia que tienen estos comicios y están dispuestos a que los valores que costaron tanta sangre en el siglo XX no se pierdan. Los titulares reflejan el temor por la intrusión de los hombres de Putin en los países bálticos y por las posibilidades que tiene el líder ruso de que su zapato aplaste nuestra nariz si Trump llega a la Casa Blanca.

Sin embargo, aquí, estamos a por uvas, a por Koldos, o a por viajes en Falcon a la República Dominicana. La opacidad y el libre albedrío de este Gobierno nos obliga a seguirle el apunte, a estar otra vez pendientes de saber quién y cuánto nos han robado, o a temer por las consecuencias de la amnistía, esa puerta de atrás en la que se construye la garita de aduanas catalana.

Pues nada, a seguir ignorando que nos están mirando desde Europa y a colocarse la mantilla y la peineta.

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