En los últimos tiempos atravieso barreras de dudas respecto a esta profesión que un día me llenó de sueños y que ahora me aflige. Ser ... periodista, cuando nada es lo que parece, es agotador y dan ganas de abdicar. Es entonces cuando recuerdo a mi amiga Pichi, una descendiente de familia de rancio abolengo de la que tan solo le quedaba el morro, una educación exquisita, una blusa de seda y un collar de perlas.
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Ella estaba inscrita como extra venida a menos en una agencia que la llamaba para representar papeles varios cuando iban a su ciudad reyes, príncipes o sultanes. La citaban en un buen restaurante, en el náutico o en la cola de un cine; y allí iba mi Pichi con su dignidad maltrecha, su blusa y sus perlas. Se sentaba a comer con cuatro más y permanecían impertérritos cuando entraba el rey con su reina, porque no hay nada que le guste más a un rey que pasar desapercibido un ratito. Eran, hace unos años, cien euros más la comida, las compras o lo que fuera.
Alguna vez, Pichi, que era lista como un ratón 'colorao', vio cosas que no estaban previstas en el guion y así, cuando un príncipe prometido acudió con su amante al almuerzo y se prodigaron cucamonas, ella brindaba con el otro compañero y se reía a carcajadas para desviar el centro de atención. Pichi se hizo mayor, perdió los filtros y las maneras y dejaron de contratarla cuando se dirigió a un mandatario llamándolo botarate.
Quizás sea un trabajo parecido al de algunos periodistas, que callan, otorgan y brindan con esa Coca Cola que Trump quiere hacer saludable.
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