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El ángel de la guarda

El mío me soltó de la mano cuando fui capaz de sentirme libre para equivocarme

Sábado, 25 de noviembre 2023, 00:08

Pensar es imaginar la realidad. Algo así como mirar un escaparate con detenimiento y relacionar lo que vemos con el fin de formar una opinión. ... No está de moda. Requiere dedicación, concentración exclusiva y no cotiza en el mercado laboral, aunque los 'influencers' citen a Platón, Chomsky o Simone de Beauvoir pretendiendo ser lo que no son.

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Patricia Hill, una pensadora estadounidense, ha dicho que encuentra a los jóvenes desangelados. Me gusta esta palabra para definir la situación de las generaciones X, milennials o centennials. La pensadora pertenece, como yo, a los 'baby boomers', una generación que siguió a la silenciosa y que se caracteriza por una explosión de natalidad sin precedentes. Éramos tantos que la tutela se hacía difícil para nuestros padres. Cinco, seis, siete o nueve hermanos, una cuadrilla que manejaba la frustración como un prestidigitador y que rebuscaba recursos para sobrevivir bajo las piedras. La falta de espacio en la casa, los turnos en el baño o la cadena de montaje que se formaba a la hora de comer nos regalaron mucha destreza para manejar situaciones insólitas. En aquel zafarrancho de combate en el que no era posible consultar Google, el cerebro tenía que estar entrenado para hacer frente a la adversidad, pero algunos gozábamos de la compañía virtual de un 'coach' al que llamábamos ángel de la guarda. Era un centurión que te daba la mano en la oscuridad, evitaba que te partieras la cabeza y dormía contigo. Un chollo.

La pensadora, además de ver a los jóvenes desangelados, dice que no tienen figuras que admirar. Para ellos (para mí también), los líderes les han fallado. Se han convertido en actores y la interpretación no se recibe bien cuando te encuentras en una encrucijada. Trato de pensar, después de leer a esta mujer, en ese concepto de 'desangelado'. Me pregunto en qué momento de mi vida se jubiló mi ángel de la guarda. No lo recuerdo, pero intuyo que no me lo comunicó, simplemente me soltó de la mano cuando fui capaz de manejar los temerosos presagios, de caminar sola, de comprometerme con alguien para formar una familia, de sentirme libre para equivocarme.

En las plazas, los niños de tres o cuatro años comen a demanda, lloran cuando les da la gana y están permanentemente supervisados. Desconocen el riesgo de vivir porque, como los diamantes, están a buen resguardo. Tienen garantizada la rebelión sin represalias, así que no saben lo que es la frustración. Son pocos, han nacido con la vida casi garantizada, pero no tienen ángel de la guarda que les dé la mano y que los suelte cuando hayan aprendido lo que es ser vulnerable.

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