Animales nocturnos
Madrid es la posibilidad de que te pasen cosas. Todo el rato, a cualquier hora, en cualquier sitio. Solo hay que abandonarse, rendirse a lo ... imprevisto. Por eso estuve a punto de seguirla cuando me crucé con ella. Llevaba una minifalda de cuero negra, una pequeña mochila a la espalda, unas orejas puntiagudas en la cabeza y una larga cola de zorro de color gris plata en el culo. Andaba deprisa, con la cola balanceándose de un lado a otro. Iba camino de un bar, su madriguera; todos los animales buscamos cobijo. De repente yo también quise acabar allí, en ese sitio improbable, rodeada de desconocidos cubiertos de pelo sintético.
No lo hice, claro, que servidora está más en edad de llevar un zorro alrededor del cuello que plantado en el culo. O un cocodrilo en el polo, a lo sumo. Y que en Madrid ya hay suficientes columnistas canallitas por kilómetro cuadrado como para que venga una periférica añosa a armar la tremolina, a perderse en sus noches, a cantar sus alabanzas y a glosar sus misterios y sus milagros. Además, en las esquinas del mapa peninsular también tenemos nuestra fauna autóctona y nocturna. Menos vistosa, aunque muy variada: pulpos que te ponen los tentáculos encima en cuanto te despistas, lobos con piel de lobo, búhos que miran a su alrededor con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas, leopardas con garras postizas y palomos presumidos que se hacen hueco en la barra sacando pecho y dejan las llaves del deportivo junto al gintonic premium como reclamo para pichonas despistadas. Quizás sean menos peligrosos los que están dispuestos a romper el candado de la jaula y a soltar al animal que llevan dentro, al bicho que creen ser. Al menos se les ve venir meneando la cola.
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