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Por dar contexto a sus vacaciones, le cuento una de romanos. Hay bastante consenso histórico en lo que ocurrió aquella semana hace 2.000 años: ... el que llamaban Nazareno pasó en Betania estos mismos días de fiesta (aunque ellos conmemoraban su salida de Egipto). El domingo fue a Jerusalén y le recibieron entre ramos y vítores. Pero el lunes y martes acudió al Templo y ya se torció el tema por la amenaza que suponía contra el 'establishment' su liderazgo, que encumbraba además a pecadores y ¡a mujeres! Y se armó la de Dios es Cristo (de ahí viene la frase).
El miércoles se quedó en Betania pero el jueves fue de nuevo allí para la cena de Pascua y lo prendieron para matarlo: por decir que destruiría el Templo y que no pagaran impuestos (tranquilo, hoy ya no matan por esto). Pero no dijo ni una cosa ni otra. Dijo que otros «destruirían el Templo» (profecía que Tito cumplió) y de los impuestos dijo «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Después, su cuerpo custodiado por los romanos desapareció.
Esta historia no solo la respaldan los cristianos: el judío Josefo en el año 96, el romano Tácito, Plinio el Joven o incluso el Talmud hablan de Yeshu como un hombre sabio y de paz, autor de hechos sorprendentes.
Sé que pasar de la Historia a la Fe es complicado. Como Unamuno o Chillida, puedo decir que la Razón intenta quitar la Fe hasta que, por sus limitaciones, no puede a veces sino plegarse a ella. Pero es difícil encontrar a ese Yeshu entre el ruido que nos rodea. Porque nuestra verdad interior no está en la tormenta ni en el algarabío, sino en el suave susurro de una brisa que solo puede escucharse obligándonos al silencio. Un silencio sincero.
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