Cansancio, confusión y desconcierto
Análisis ·
Las prolongadas campañas y la contaminación de procesos han causado cansancio, confusión y han sometido a mayor marginación los comicios europeosEl que culminará esta tarde-noche habrá sido el proceso electoral más largo y confuso de nuestra reciente historia democrática. Comenzó aquel lejano 15 de ... febrero en el que, sin convocarlas formalmente, el presidente Sánchez anticipó su intención de celebrar elecciones el 28-A, previa oportuna disolución de las Cámaras en tiempo y forma. Se inició en aquel momento, pese a que así no se la llamara de manera oficial, una auténtica campaña electoral que, al juntarse casi sin solución de continuidad con la de los comicios autonómicos, municipales, forales y europeos, de fecha obligada, se ha prolongado durante más de tres meses hasta el mismo día de anteayer.
Tres meses de campañas y elecciones son, sin duda, excesivos y no pueden dejar de tener efectos negativos, que sólo esta noche, tras el recuento de los votos, podrán constatarse en su dimensión exacta. Los más probables serán el cansancio del electorado, traducido en merma de la participación, y la contaminación entre procesos, que dará pie a la confusión de la ciudadanía sobre la naturaleza y el sentido de cada urna. Este segundo efecto, el de la confusión, se habrá visto además aumentado por el interés de los partidos en presentar el proceso electoral que hoy culmina, bien como reválida del éxito cosechado, bien como enmienda del fracaso sufrido en el anterior. Se habrá producido, en consecuencia, un efecto de perversión del carácter particular de cada elección que habrá afectado al sentido del voto, expresándose en una urna lo que correspondía expresarse en otra. Y así, entre cansancio y confusión, los diversos procesos, sin merma de su legitimidad, habrán perdido singularidad y genuinidad. Por llevarlo a lo concreto, candidato habrá que, habiendo aspirado con fundamento a una alcaldía, habrá visto frustrada su aspiración por una causa ajena al proceso electoral pertinente. Y viceversa, por supuesto.
En esta coyuntura, no es fácil predecir si la cenicienta de todas las elecciones, la que elige el Parlamento Europeo, se habrá visto beneficiada del ambiente electoral generalizado o, por contra, perjudicada por el agotamiento, igualmente generalizado, del electorado. Podría darse, en efecto, que el desconocimiento y la pereza que merman de ordinario la participación en los comicios europeos hayan sido superados en esta ocasión por el mayor interés que suscitan sus accidentales compañeros de viaje. Esta misma noche saldremos de dudas.
Con todo, el desarrollo de la campaña ha ofrecido ya algún indicio de cuál será la suerte de las siempre marginadas elecciones a la Eurocámara. El más llamativo ha sido el empeño que han puesto en promoverlas los medios de comunicación, muy por encima del que han desplegado, por usar el verbo al uso, los políticos. Supuesta la obligada, aunque no profusa, participación en la campaña de los candidatos, han brillado por su ausencia unos líderes que, en sus numerosas intervenciones, apenas han aludido a los problemas de la Unión o expuesto sus propuestas para resolverlos. Su mirada ha sido siempre retrospectiva, obsesionados como estaban en hacer del 26-M la reválida del éxito o el remedio del fracaso del 28-A. No han tenido, en suma, el más mínimo escrúpulo en hacer de estas elecciones la segunda vuelta de las anteriores, sin respetar en absoluto la especificidad de cada una.
La actitud de los medios ha sido, por contra, más generosa y comprometida. Como si fueran más conscientes que los políticos de los problemas que aquejan a la Unión y del carácter histórico de estas elecciones, han prestado sus páginas y abierto sus emisiones a la participación de los más diversos colaboradores, que han ilustrado con autorizadas opiniones el estado de la cuestión europea y sus posibles arreglos. Si en algún sitio ha podido el elector informarse y encontrar estímulo a la participación, ha sido, en efecto, más que en los mítines políticos, en las páginas de los periódicos y en las emisiones de los audiovisuales. Un detalle ha venido, con todo, a empañar esta encomiable actitud. Y es que el hecho de que todo lo relativo a la Unión Europea siga ubicado bajo el epígrafe de Internacional, sin encontrar lugar propio o compartirlo bajo el de Nacional, vuelve a ser un síntoma de lo débilmente qué aún tenemos integrada en la conciencia nuestra pertenencia a la Unión. Nimio detalle, quizá, pero significativo.
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