Esta semana les ha tocado a los bancos. Primero, las cifras publicadas han sido terribles. La eliminación del dividendo exigida por el Banco Central Europeo ... y la despreocupación por la cotización bursátil -a estos niveles de desplome y perdida toda esperanza de recuperación, ¿a quién le preocupa?- les ha permitido hacer unos ajustes contables de dimensiones históricas. Se habrá dado cuenta de que últimamente todo es histórico: la caída del PIB, el aumento del paro, la destrucción del empleo, etc... Pues también lo es la actualización de valores de la mayoría de los activos que poseen.
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Como se han apresurado a aclarar, estos ajustes no afectan a su liquidez, pues no suponen salida de caja, ni a su solvencia, pero sí demuestran que las decisiones adoptadas años atrás han sido de todo menos acertadas. Cierto que las cosas han cambiado mucho, como lo es que no han sabido adaptar sus balances a dichos cambios. Muchos errores cometidos, mucha constancia en mantenerlos y escasa visión para enmendarlos. Esa la realidad que se muestra con los ajustes practicados.
También es cierto que todo se ha puesto en contra del sector. Abrumados por las consecuencias políticas y asustados por la hipersensibilidad social de la pasada crisis, que exigió la utilización de muchos millones para enderezar el rumbo de los bancos en Europa y de las cajas semipúblicas en España, los órganos reguladores han apretado las exigencias de capital hasta la proximidad de la asfixia, lo que limita mucho su capacidad de obrar. Por su parte, los tipos de interés se mantienen en unos niveles tan bajos que comprimen con fuerza a los márgenes operativos y sus anteriores ofertas de eliminación de comisiones hacen que los clientes rechacen cualquier movimiento para reponerlas. Sumen a todo eso una caída histórica de la actividad, que retrae las demandas de crédito y aumenta las tensiones de la mora, y tendrán un cocktail explosivo con el que lidiar. ¿Cómo se puede hacer banca en un país cuyo PIB cae más del 20% en un semestre? Muy difícil. Si dura mucho, imposible.
De ahí que, ante la dificultad de aumentar los ingresos, las entidades se esfuercen en contener los gastos. Bueno, pues pasada la época de los cierres de sucursales y el adelgazamiento de plantillas, nos adentramos en la compleja vía de las fusiones. El viernes se anunció la primera entre Abanca y Bankoa. Ha sido la primera de esta era, pero no será la última. Los rumores son constantes y las 'parejas de baile', numerosas. Hay quien ve a Bankia absorbiendo al Sabadell y quien la fusiona con el BBVA. Y hay quien ve llegado el momento decisivo de la fusión atómica entre BBVA y Santander.
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Bankia aparece en casi todas las quinielas, pero junto a su buena posición en la banca comercial española plantea un problema grave, como es la presencia del Estado en su capital social. ¿Aceptarían de buen grado los fondos de inversión, que son los auténticos dueños de los bancos, compartir accionariado con él? Resulta muy difícil dar una respuesta afirmativa, al menos para todo aquél que recuerde las ideas que ha predicado al respecto el vicepresidente Iglesias y sus ministros de apoyo.
Esas cosas no son nunca gratis y esos propósitos extemporáneos reaparecen siempre en los momentos más inoportunos. Las entidades deberán dibujar el mapa, pero el Estado y el BCE, por supuesto, tienen mucho que decir al respecto. Luego hablarán los accionistas. Según parece, les escucharemos... pronto.
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