El asesinato de Khashoggi: ¿Qué hacer?
Matar a alguien dentro de una embajada no es tema baladí. Por eso el asesinato de Jamal Khashoggi sigue complicándose. Ahora bien, supongamos que la comunidad internacional decidiera dejarse de gestos de indignación y zanjar este asunto. ¿Qué podrían hacer realmente? Arabia Saudí no es vulnerable a presiones económicas de ningún tipo. Su producción de petróleo supone un porcentaje tan considerable de las exportaciones mundiales que no se puede plantear siquiera prescindir de ellas. España y otros países han seguido una política prudente de diversificación, pero si el petróleo saudí saliese del mercado, esa prudencia no sería suficiente. La escasez sería mundial, provocando una crisis sin precedentes.
Militarmente, Arabia Saudí está totalmente indefensa. Una intervención de la OTAN tomaría el país entero en cuestión de días. El riesgo sería provocar una reacción emocional en todo el mundo islámico, cuando un ejército de no musulmanes se acercase a las ciudades santas de La Meca y Medina. Ahora bien, los yacimientos de petróleo saudíes se concentran en la provincia oriental, que está en el extremo opuesto del país, en la costa del Golfo Pérsico. Las potencias occidentales podrían tomar, o amenazar con tomar, únicamente esa región. La provincia oriental tiene 3,4 millones de habitantes, de los cuales 1,5 millones son saudíes suníes. El resto son chiíes (0,91 millones) y extranjeros (0,94 millones).
Los chiíes son discriminados por su religión, mientras que los inmigrantes son en muchos casos sobreexplotados y se les niega cualquier opción a naturalizarse, incluso aunque lleven generaciones allí. Si un ejército extranjero desembarca y les dice que pueden crear su propio país y quedarse ellos solos con todos los ingresos del petróleo, aceptarían la oferta al instante. Por supuesto que no resultaría tan fácil. El nuevo Estado tendría que lidiar con los suníes nativos, muchos de los cuales se negarían a aceptar como iguales a los inmigrantes y mucho menos a aceptar un gobierno de aborrecidos herejes chiíes. Otros, sencillamente, tendrían miedo del revanchismo chií, de ser discriminados y perseguidos.
Por supuesto, lo mejor para todos sería conseguir que el Gobierno saudí introdujese reformas internas. El problema es que eso ya está sucediendo, pero quien lo hace es el príncipe heredero Mohamed Bin Salman, responsable último del asesinato de Khashoggi. Pero su objetivo no es una democracia, sino una monarquía absoluta. A día de hoy, tras décadas de adoctrinamiento totalitario, los integristas wahabíes ganarían de calle cualquier elección limpia. Si eso sucediese, la guerra mundial sería inevitable. El príncipe heredero juega con ese miedo.
Casi todos los problemas internos y externos de Arabia Saudí brotan del wahabismo, una rama ultra fanática del islam suní que durante décadas ha sido de facto la religión del Estado saudí. El odio sectario hacia los chiíes, la discriminación de la mujer, la prohibición de otra religión, la financiación de todas las facciones yihaidistas… Los clérigos wahabíes eran un verdadero poder fáctico tras la fachada amable del trono. ¿Y quién es el único que se ha atrevido a segarles la hierba bajo los pies a esos tipos? Pues el príncipe heredero.
Si el Gobierno saudí se ve muy presionado, los jeques de la Casa de Saud podrían reunirse y forzar la destitución del príncipe heredero o la abdicación de su padre, el rey Salman; convertirlos en chivos expiatorios y todo seguiría igual que antes. Occidente podría aceptar esa solución, a condición de que el nuevo monarca no restaurase el poder de los clérigos wahabíes. Y si además se terminase con la intervención saudí en Yemen, mejor que mejor. El problema es ver si existe ese hombre. Porque, de lo contrario, si los wahabíes recuperaran el poder perdido, los gobiernos occidentales podrían decidir que es mejor taparse la nariz con el gobernante actual, por cínico que parezca.