El amor y la razón
Tradicionalmente el amor y la razón son dos principios radicales, pero casi opuestos, de la naturaleza y la cultura, del hombre y de Dios. El ... amor dice más bien cohesión, la razón dice más bien coherencia; aquel tiene una connotación erótica (eros), esta tiene una denotación lógica (logos). Podemos traducir el amor como implicación de la realidad, mientras que la razón sería la explicación de lo real. También cabe atribuir al amor un componente de creatividad dinámica, y a la razón una componenda de estabilidad estática. Pues el amor dice concreción y concrescencia, frente a la razón que dice deliberación o abstracción.
En todo caso, nos las habemos con un dualismo que separa la idea del sentimiento, la mente del corazón; de ahí la necesidad de una filosofía 'senti-mental', capaz de reunir el amor y la razón.
No se trata de irracionalismo. Una tal filosofía 'senti-mental' reúne razón y corazón en una nueva síntesis, cuya clave es la razón afectiva. Tanto D. Goleman como A. Damasio proyectan la razón emocional y la inteligencia sentimental respectivamente, mientras que nosotros proyectamos la razón aferente o afectiva. No se trata de liquidar la razón o inteligencia en nombre de la emoción, el sentimiento o la afección; pero sí de licuar y fecundar el reseco campo tradicional de la razón pura con la impura lluvia fertilizadora de la pasión. Pues si la pasión sin la razón resulta fanática, la razón sin la pasión resalta estéril.
Entre el amor y la razón coexiste una relación de ida, vuelta y revuelta crítica, ya que reunir amor y razón en diálogo significa romper el viejo maniqueísmo o dualismo clásico. Es verdad que Grecia representa más bien la razón clásica y el cristianismo representa más bien el amor tradicional. Pero tanto en Sócrates como en Jesús, los dos maestros de Occidente, su originalidad radica en la buena mezcla de amor y razón. En efecto, la filosofía es para Sócrates el amor a la sabiduría, mientras que el Evangelio de Jesús es una sabiduría del amor. En ambas figuras radicales se da una correlación fundamental entre el amor y la razón, una correlación que funda el sentido coexistencial, es decir, el sentido de nuestra existencia humana.
El amor dice aferencia o afección subjetiva, la razón dice referencia objetiva: pero no hay auténtico amor sin referencia, ni hay razón auténtica sin afección. Lo que pasa es que la referencia de la razón proyecta un por-qué, mientras que la afección del amor proyecta un por-quién. El amor es personal o personalizado, y la razón es impersonal o impersonalizada. Por eso las ciencias puras o duras se basan en la razón impersonal y buscan las causas de las cosas, mientras que las ciencias impuras o blandas (humanas) se basan en las relaciones afectivas y buscan los casos personales o interpersonales de carácter psicológico y social. Diríase que las ciencias experimentales realizan experimentos de la realidad dada u objetivada; por su parte, las ciencias humanas realizan experiencias de lo real a través de sus vivencias y convivencias.
Pero intrigantemente ciencias puras o abstractas y ciencias impuras o concretas forman parte de la misma naturaleza que arriba evolutivamente hasta el hombre. Por ello el sentido de la vida no está en el amor ni en la razón, sino en el amor y la razón, en una razón afectiva y en un amor inteligente o racional, así pues en su intersección o diálogo, en la junción de razón y corazón. Denominamos precisamente 'sentido' a la razón encarnada afectivamente, a la verdad no abstracta sino relacional, al logos o lenguaje hecho carne y sangre. Si la razón representa el principio necesario de la equidad, el amor representa el principio libertario de la creatividad, y ambos son opuestos complementarios en nuestra creación.
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