Amanece que no es poco
Aunque se queda corto. En esta especie de guerra de trincheras el paso de los días empieza a provocar incertidumbre. Da lo mismo el pico, ... la meseta o la desescalada. Todo parece una cuesta arriba constante. El magistral «sin Dios» furioso del cabo Gutiérrez, personaje insuperable donde los haya, comienza a abrirse paso. Y lo peor no es esto. Lo que abruma es que también hemos dejado de creer en el misterio. Hasta la línea de nuestras trincheras nos llegan los exabruptos de toda la oficialidad que debe conducirnos hasta la victoria. Ellos, políticos de tinte azul sobre todo, siguen igual. Otean sus ombligos. Muestran sus desavenencias y sus ambiciones como si la historia fuera una constante con un guion establecido del que conviene no saltarse ni una coma. Así infecta la pandemia en España. La derecha, a degüello, como siempre, sin mostrar la más mínima decencia. Como si su reloj no avanzara en el tiempo han desechado el consejo que toda excepcionalidad reclama: esperar. Pero no. En este país la impertinencia es una virtud. Es un «sin Dios».
No se merecen los que saltaron de las trincheras para luchar cara a cara con la muerte un espectáculo como el que se ofrece en la retaguardia. Todos ellos, héroes sin duda, merecen que los debates no se canalicen a través de la crispación sino a través de la decencia y la unidad de acción. Aunque bien mirado, quizás este tiempo nos ayude a ver mejor a los tontos que ni respetan el confinamiento ni esperan. A lo mejor, no haya que hacer el esfuerzo de elegirlos cuando todo esto acabe porque habrán quedado retratados. Igual todo esto es para bien. De momento, consolémonos con el amanecer, que no es poco.
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