Ni alianza ni guerrade civilizaciones
Esgrimir frente al terrorismo islámico los valores democráticos no es disfrazarnos de cruzados del Santo Grial, que es lo que desean los yihadistas para que entremos en su juego
Cuando invocamos la civilización frente a la barbarie del nazismo, se entiende el término ‘civilización’ como el estadio más alto que ha alcanzado la humanidad ... en el desarrollo de sus potencialidades más nobles. No se hace necesario especificar que hablamos de la ‘civilización occidental’ pues entendemos que esta, en su propia definición, va más lejos de sí misma y que su hegemonía planetaria, basada tanto en su capacidad para invadir y modificar los cinco continentes como en la de absorber y hacer suyos los legados culturales de éstos, cierra la puerta a cualquier otra posibilidad homóloga. Y así, cuando hablamos de ‘pintura occidental’ no pensamos solo en Rembrandt y Tiziano sino en el Picasso que crea el cubismo mirando las máscaras africanas o en el Miró que traza sus líneas mirando el arte japonés. Y así cuando hablamos de filosofía occidental no solo pensamos en Descartes y Bacon sino en el Wolff y el Herder que introducen, respectivamente, el confucionismo y el hinduismo en el pensamiento alemán. Dicho de otro modo, la civilización occidental es mucha civilización para que pueda vivir coetáneamente con otra. Ya el mismo concepto de civilización -sea la occidental o la mesopotámica- abarca una realidad tan totalizadora que ésta no se puede simultanear con otra realidad pareja.
Las civilizaciones ni guerrean ni se alían. Se suceden en el tiempo. Y en el tiempo se han ido relevando. En cuanto a la civilización occidental en concreto, por su propia naturaleza ecléctica y mestiza, está más cerca de esa implantación global que diagnosticó Fukuyama para la economía de mercado que de la tesis de Huntington, que la presenta en choque con otras, o la de Zapatero que las soñaba a todas jugando al corro de la patata. Las que pueden colisionar o convivir son las distintas tradiciones culturales. Pero, como el libre mercado del que Fukuyama hablaba en su ensayo, la civilización occidental dicta el ‘fin de la Historia’ porque nadie ofrece una alternativa que compita con ella en tolerancia, absorción e integración sociales y menos quienes se aferran a una religión para destruir obras artísticas y vidas humanas.
Sí. Cuando decimos que la guerra del Bando Aliado contra el nazismo fue una lucha de la civilización contra la barbarie, entendemos el término ‘civilización’ en su sentido más amplio y elevado. Por ello a nadie se le ocurriría oponer a esta última el nazismo como ‘otra civilización’ igualmente válida, entre otras cosas porque el fenómeno nazi fue un fruto de Occidente empezando por su saludo a la romana. Sin embargo, las cosas no parecen tan claras cuando se dice que la guerra de las democracias occidentales contra el Daesh es la lucha de la civilización contra la barbarie. Aquí ya surge quien reivindica los valores del Islam y condena los nuestros frente a ellos; quien no identifica nuestra civilización con Kant, Bach y el Derecho Romano sino con las cruzadas, el colonialismo, la expulsión de los judíos y los moros, Franco, Hiroshima… en un tótum revolútum que ignora que el racismo, el belicismo o la esclavitud son males universales (o sea también orientales) de los que no tenemos la patente, aunque sí, en cambio, tengamos el honor de haber luchado por su erradicación. De hecho, la propia doctrina de la corrección política y la autoflagelación por los pecados históricos es un genuino fruto occidental que se echa de menos en ese mundo islámico que lleva en guerra consigo mismo desde que nació con la toma sangrienta de La Meca.
La verdad es que no son solo los populistas y buenistas de izquierdas los que caen en esa confusión y, cuando piensan en Occidente, se acuerdan de lo peor. Desde la derecha más reaccionaria también se incurre en esa desviación y se alimenta el malentendido cuando, frente a los atentados de Barcelona y Cambrils, se escriben tuits incendiarios como ése que una Oriana Fallaci de Serrano dirigió a los islamistas: «Ya os echamos de aquí una vez y volveremos a hacerlo. España será occidental, libre y democrática». También desde ese conservadurismo montaraz se está usando la túrmix ideológica que mezcla, como valores occidentales de la misma categoría, la Ilustración con la Inquisición y la velocidad con el tocino. Entre estar todo el día avergonzándose de los Reyes Católicos y presentarlos como demócratas del siglo XV, hay un cabal término medio.
Esgrimir frente al terrorismo islámico los valores democráticos no es disfrazarnos de cruzados del Santo Grial o de las huestes de don Pelayo, que es lo que desean los yihadistas para que entremos en su juego y no delatemos su mascarada. Esa impostura que reivindica todo el legado occidental como impoluto suele ir acompañada de otra: la del reaccionario que se presenta frente al Islam como depositario de unas conquistas sociales y unas libertades (el divorcio, la dignidad homosexual, el Estado aconfesional…) contra las que ha estado hasta hace dos días. Y es que no se puede estar por Sócrates y a la vez por la cicuta, aunque uno y otra sean parte de una civilización cuyo valor más alto, por cierto, es la autocrítica. La misma que le llevó a Walter Benjamin a afirmar con humildad que «todo documento de civilización es un documento de barbarie».
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