Emociones fuertes
No se recuerda un Mundial con tantos partidos en el filo de la navaja en el que ganar requiera casi de un acto de heroísmo
Jon Agiriano
Sábado, 5 de julio 2014, 01:16
Los jugadores de la selección brasileña celebran la victoria ante Chile tras los lanzamientos de penalti, durante el partido Brasil - Chile , de octavos de final del Mundial de Fútbol de Brasil 2014, queSi por algo se está caracterizando el Mundial de Brasil es por la tremenda emoción de los partidos. En general, el fútbol no está siendo como para echar cohetes. No hay ninguna selección que, realmente, haya deslumbrado por la calidad de su juego y se haya ganado el corazón de los aficionados. Ahora bien, la competición está siendo magnífica, de las mejores que se recuerdan. Todo un espectáculo. Los partidos se juegan en el filo de la navaja y ganarlos requiere casi de un acto de heroísmo. Ahí está el dato, fantástico se mire como se mire: de los ocho partidos de octavos de final, cinco han tenido que decidirse en la prórroga. Sólo en el Mundial de 1938 se produjo un hecho semejante.
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Lo de los rivales pequeños y las pobres cenicientas inevitablemente mancilladas por los aristócratas de siempre ha pasado a mejor vida. Las viejas leyes naturales del fútbol están desapareciendo hasta el punto de que, en este Mundial, sólo hemos sido capaces de distinguir una: la suerte, no se sabe por qué extraño designio, sigue beneficiando a los grandes, incluso cuando menos se lo merecen. Por lo demás, no se recuerda una Copa del Mundo con tanta igualdad. Hablamos, además, de una igualdad real, cierta, en absoluto impostada. No es una cuestión de que las grandes selecciones se hayan dejado ir o se hayan confiado en exceso en algunos partidos. Han sufrido porque han sido incapaces de plasmar en el campo su superioridad. Ahí está el caso del grupo D, que era el de la muerte y parecía tener un fiambre asegurado, la modesta selección de Costa Rica. ¿Qué iban a hacer los pobres ticos ante tres campeones del mundo como Italia, Inglaterra y Uruguay? Pues bien, lo que acabaron haciendo fue una escabechina.
Los efectos de la globalización
¿A qué se debe esta igualdad que nos está ofreciendo la posibilidad de vivir minutos inolvidables de auténtico vértigo, como fueron los últimos de las prórrogas del Brasil-Chile, el Argentina-Suiza o el Bélgica-Estados Unidos? Hay una primera causa, fundamental a mi juicio, que tiene que ver con la globalización. En el mundo ya no hay diferencias en lo que se refiere a preparación física, táctica y estratégica. A partir de cierto nivel, cualquier selección tiene capacidad para competir y ponerle en problemas a un grande mientras el físico le aguante. Si algo está quedando demostrado en este Mundial es que, salvo contadas excepciones, la diferencia de calidad técnica entre dos equipos ya sólo es capaz de plasmarse a partir del desplome físico del más débil. Se vio en el Alemania-Argelia. Hasta que los africanos no estuvieron derrengados, los de Low fueron incapaces de superar su entramado.
Aparte de los efectos de la globalización, también es cierto que las grandes selecciones son las que cuentan con los mejores futbolistas, sí, pero también con los que llegan más castigados a estos grandes torneos. Y ese desgaste cada vez se penaliza más. Cristiano Ronaldo, sin ir más lejos, ha sido una sombra de sí mismo. O pensemos en la selección española. Varios de sus futbolistas llegaron justísimos a Brasil y el descalabro fue inmediato. Siendo como era el equipo con más calidad técnica de todos los presentes, España estuvo muy lejos de disfrutar de la energía física y anímica necesarias para reeditar el título de Sudáfrica. Por cierto, un título que se ganó también sufriendo de lo lindo ante selecciones inferiores pero muy bien trabajadas tácticamente y plenas de vigor guerrero como Chile o Paraguay.
Otra de las razones de la emoción tiene que ver con la posibilidad de contemplar las angustias telúricas de dos de las grandes favoritas, Brasil y Argentina, que es como decir Neymar y Messi. Ambos llegaron al Mundial dispuestos a cumplir la gran misión de sus vidas, una especie de designio divino inaplazable. Sabían, además, que su protagonismo debía ser absoluto porque sin ellos sus equipos no van a ninguna parte. El Mundial 2014 será también recordado por este tipo de emoción que se produce al observar a dos estrellas sometidas a una presión brutal, a solas con un mandato histórico.
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