El diario de F. J. Pérez desde el campo base del Manaslu

«La noche más larga de mi vida: no puedo dormir, tengo sensación de ahogo, me duele la cabeza...»

El periodista de EL CORREO que acompaña a Txikon nos cuenta los problemas de aclimatación que ha sufrido al llegar al campo base a 4.900 metros de altura

Viernes, 15 de enero 2021

La vuelta al Manaslu es uno de los trekking más populares del Himalaya. Da la vuelta a este ochomil por paisajes idílicos. Desde cañones de más de cien metros de profundidad donde el agua ruge como cien trenes de mercancias a bosques frondosos en los que manadas de monos juguetean despreocupados a pocos metros de los caminantes.

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El punto culminante de esta marcha es el Lake Pass, un collado a 5.100 metros desde el que ya se desciende al punto de destino final, sea cual sea, el sentido de la marcha elegido. Otro de los lugares emblemáticos es Samagaon, el pueblo desde el que se accede al campo base del Manaslu.

En el caso de la expedición de Alex Txikon, el plan inicial era hacer la versión 'larga' del trekking hasta Samagaon para obtener una mejor aclimatación, lo que suponía subir antes hasta los 5.100 del Lake Pass y bajar luego a Samagaon, que está a 3.600 metros. Pero el confinamiento establecido por Nepal obligó a la expedición a estar más tiempo del previsto en Katmandú y alteró los planes. El grupo haría el trekking 'corto' hasta Samagaon suprimiendo el paso por Lake Pass. Se ganaban días pero se perdía aclimatación.

Y así es como el pasado domingo llegamos a Samagaon. Quedaba la etapa decisiva hasta el campo base, en la que salvaríamos 1.300 metros de desnivel de una tacada. Y no precisamente al nivel del mar. Desde los 3.600 de Samagaon y los 4.900 del campo base. O lo que es lo mismo, el mayor desnivel a salvar que existe para llegar a un campo base en todos los ochomiles en apenas nueve kilómetros de recorrido.

Mi séptima expedición

La estrategia fue realizar uno o dos días de descanso en los que realizar picos de altitud antes de subir al CB. En el primer grupo estábamos Simone, Alex, Eneko y yo. Los que más experiencia teníamos en aclimatación. Y efectivamente esta es mi séptima expedición siguiendo a alpinistas vascos por los ochomiles del planeta. El problema es que la última fue… hace nueve años. Y en el poco probable caso de que el cuerpo guarde tanto tiempo memoria de la aclimatación, la edad y algunos kilos de más harían el resto.

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Pero la suerte estaba echada, y después de subir el lunes hasta los 4.000 metros en un monte cercano al pueblo, el martes partimos hacia el campo base. Simone salió por delante y pronto le perdimos de vista. Por detrás, Alex, Eneko, el cocinero, y yo con el único objetivo de llegar. En mi caso, de día. Alex demostró una paciencia infinita subiendo a nuestro ritmo toda la ascensión. Con más de dos tercios de la subida hecha, el sol dejó de pegar en la ruta y Alex decidió aumentar el ritmo. Yo ya marchaba un centenar de metros por detrás de ellos. Sabía que iba a llegar, pero a mi ritmo. Uno de los ayudantes de cocina de la expedición bajó para no quedarme solo y me cogió la mochila. No pesaba más de 3 o 4 kilos, pero en esos momentos es como si te quitan un trailer de la espalda. Poco a poco, paso a paso, metro a metro fui acercándome al objetivo, a 'mi' ochomil. Una cresta eterna fue la traca final. Por fin, a las 5 de la tarde, ocho horas después de haber salido de Samagaon, pasaba junto a la primera tienda del campamento, la de Simone Moro.

Objetivo cumplido: «Mi noveno campo base de un ochomil»

Estaba agotado, pero si algo me han enseñado las ultras es que siempre se puede dar un paso más ¡Objetivo cumplido! ¡Mi noveno campo base de un ochomil! El cansancio impedía adivinar otros posibles síntomas, pero Alex, que tiene el culo pelado de ver situaciones de todo tipo, decidió que Eneko, él y yo dormiríamos juntos en el domo grande. Y con el oxígeno cerca. Y una vez más volvió a acertar. La sensación de ahogo durante un par de momentos de la noche hizo que me colocara la mascarilla para aliviarla.

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Al día siguiente mi saturación de oxígeno en sangre no lograba subir del 70 %, y la ciencia nunca falla. Parecía más un alma en pena deambulando por el CB que una persona. Y el dolor de cabeza no inhabilitaba, pero tampoco dejaba de molestar. Sensaciones, en todo caso, que había sentido en anteriores expediciones, así que no le di más importancia.

Y llegó la segunda noche. El primer error fue meterme en el saco muy pronto, demasiado. Para las siete de la tarde, apenas una hora después de anochecer. Y totalmente destemplado. Yo me suelo meter en el saco solo con las térmicas, que en un par de horas incluso ya me sobran. Esa noche tenía las termicas y los forros polares y no me quitaba la tiritona dentro del saco. Cada vez que respiraba parecía que me ahogaba. Los minutos eran horas. Algo tenía que hacer. Así no aguantaría toda la noche.

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Y la tecnología hizo posible lo que hasta hace bien poco hubiese sido imposible. El campo base está al borde del valle de Samagaon, así que la cobertura de datos llega hasta él, al menos hasta las tiendas instaladas al borde mismo del barranco, como la mía. Y probé suerte con el guasap. Eran las diez de la noche:

-Kaixo Kepa.

Kepa es Kepa Lizarraga, médico de la federación de montaña y un verdadero ángel de la guarda para quien tiene la suerte de conocerle. Y también para el que no. Hace un par de años, en el K2, fue el médico de la expedición de Alex y antes de venir al Manaslu habíamos tenido un par de conversaciones para darme recomendaciones de cara al frío y a la aclimatación.

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Diez minutos después llegaba su respuesta: «Aúpa! Qué tal Fernando? Dime que estás bien adaptado…

- No. Segunda noche de CB que se avecina toledana. No consigo dormir. Sensación de ahogo. Estoy saturando en torno al 70%. Ligero dolor de cabeza. Puedo tomar algo?

Fue una conversación de apenas media docena de frases, pero que se prolongó durante más de una hora, con una cadencia de hasta un cuarto de hora entre una y otra. Pero lo importante es que la medicación dio resultado. Oriné hasta tres veces el resto de la noche y la sensación de ahogó terminó para convertirse en una que no había sentido nunca, la de que la respiración había dejado de ser un acto reflejo de mi cuerpo y cada aspiración y expiración tenía que pensarla y realizarla de forma consciente… Y así transcurrió la noche más larga de mi vida.

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Con la bombona de oxígeno a la tienda

Al día siguiente (este jueves) me caía de sueño, pero la sensación de ahogo había desaparecido y prefería aguantar para coger el saco con ganas. La lección de la noche anterior había sido suficiente y, primero, aguanté hasta las 10 de la noche y, segundo, me llevé la bombona de oxígeno a la tienda. Me quedé dormido en cuanto me metí en el saco y seguramente lo hubiera hecho de un tirón si las banderas de la 'puja' que habían fijado a mi tienda no habrían estado golpeando toda la noche el doble techo.

Hoy viernes me he levantado como un hombre nuevo. Mi saturación ha subido al 75% y evidentemente no puedo bajar la guardia y continuar con la medicación hasta que el médico lo diga, pero los negros augurios de tener que bajar a Samagaon e incluso, en el peor de los casos, dar por concluida mi expedición se han disipado. El mero hecho de recorrer los 30 metros hasta el baño o de ponerme la 'ropa de noche' cuando se oculta el sol me suponen dos o tres minutos de jadeos o cinco minutos de dolor de cabeza, pero sé que eso entra dentro del proceso normal de aclimatación del cuerpo humano a los 5.000 metros. Mi expedición continúa.

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