Txikito de culo gordo, el vaso menguante
Cada vez más cristal y menos hueco para el vino: las proporciones comenzaron a cambiar a principios del siglo XX
Cuánto hace que no ven una estampa como la que hoy nos acompaña? Unos 30 años tirando por lo bajo, y eso recurriendo al que creo que fue el último bar bilbaíno que se aferró con garras y dientes a los vasos txikiteros de culo grueso: el Esteban de avenida San Mamés. Ahora los bares siguen luciendo calendarios y fotos del Athletic, pero atrás –muy atrás— quedaron aquellos tiempos en que las barras estaban copadas por ristras de vasos monumentales y éstos se llenaban, de forma tan rápida como experta, con una jarra o cafetera esmaltada llena de vino tinto a granel. Lo de «llenar» es un eufemismo, porque ya se ve lo que cabía en cada recipiente: un chisgarabís.
Desobnubílense por un momento de la maravillosa fotografía de Germán Elorza y céntrense ustedes en los dos vasos de la derecha. Tienen más o menos el mismo diseño, pero gracias al líquido oscuro que contienen se percibe claramente que la cavidad no guarda las mismas proporciones en todos. En el último vaso el vino ocupa como mucho un cuarto del volumen total, mientras que el que está a su izquierda muestra una capacidad bastante mayor. He ahí el misterio del vaso de culo gordo: no todos tenían la misma capacidad, así que eran los camareros quienes a ojo de buen cubero debían verter raciones equivalentes. El txikito se cobraba a un precio fijo y no era plan que unos clientes bebieran más o menos que otros por el mismo dinero.
Cada vez menos vino
Gracias a fotos como ésta, a los vasos que guardan museos y coleccionistas y al rastro que dejó el menaje txikitero en las hemerotecas puedo asegurarles que el entrañable vaso de culo gordo no fue siempre tan exagerado como nos parece hoy en día. Por razones prácticas (debidas sobre todo a la industria vidriera, que trabajaba con moldes gruesos para cristal prensado) nació con paredes generosas y fondo gordinflón, pero en los modelos más antiguos el hueco superior ocupaba la mitad del vaso o más. Curiosamente, con el tiempo esa cabida para volumen líquido se fue reduciendo a la par que iba aumentando el porcentaje de cristal macizo. El vaso aparentaba tener el mismo tamaño, pero cada vez pesaba más y cada vez albergaba menos vino. Ahora eso se llama «reduflación» o inflación invisible, que es cuando por ejemplo un fabricante de patatas fritas mantiene o incluso aumenta el precio de un paquete que antes contenía 120 gramos de producto y ahora sólo lleva 110.
El caso del increíble vaso menguante comenzó a manifestarse hace 110 años. En enero de 1914 el Ayuntamiento de Bilbao inició una campaña de multas contra las panaderías que jugaban con el peso del pan —entonces estipulado y tasado— y el escritor Félix Garcia-Arceluz 'Klin Klon' aprovechó uno de sus artículos en el periódico La Tarde para quejarse de la falta de celo municipal en asuntos vinateros... «¿Por qué no se meten en los chacolines y sueltan a los amos un multazo de órdago porque los vasos de chiquito no tienen más que culo y las jarras no tienen la medida?», decía Klin Klon. Ya fueran de barro o de metal, las jarras de vino tenían supuestamente que ser de medio azumbre (1,025 litros) y los vasos con cabida para un chiquito, o lo que es lo mismo, la cuarta parte de un cuartillo (512 ml) que a su vez era la cuarta parte de un azumbre: unos 128 mililitros.
¿Bebedor?
El periodista Teodosio Mendive dio la clave para entender el cambio del vaso de txikito en una de las famosas «Crónicas de las Siete Calles» que escribía para el periódico madrileño La Voz. El 6 de febrero de 1931 publicó un texto defendiendo el buen nombre de los chiquiteros con el que todo queda clarísimo y resuelto. «'Chiquitero' se llama en Bilbao al bebedor de 'chiquitos', medida convencional de vino que se bebe de un trago. Esta medida ha creado un tipo, el chiquitero, cuya fama ha traspasado los límite de la región [...] arrastrando con ella una leyenda de gran bebedor que conviene aclarar y puntualizar. Hay en efecto en Bilbao chiquiteros que consumen diariamente gran número de chiquitos, pero esto no quiere decir nada mientras no se conozca la capacidad del chiquito.
El chiquito ha sufrido diversas transformaciones a través de los tiempos. Hace muchos años era justamente la mitad de un grueso vaso de medio cuartillo; después, a medida que el tiempo transcurría encareciendo la vida en todos sus aspectos, el vaso empequeñeció pero el vidrio engordaba, y ya hoy en nuestros días el vaso ha evolucionado hacia el tintero. Es una maciza pieza de cristal cuya recia base llega casi hasta los bordes de su boca. [...] y ahora calcule el lector si a un hombre que bebe 20 o 30 de estos sorbos puede tildársele de gran bebedor. Un chiquito de vino tiene la misma cantidad de líquido que una pluma estilográfica». ¡Maldita reduflación!