Ana Añibarro apaga el horno
La suspensión de las ferias obliga a la repostera de Orozko, asidua a los mercados desde hace dos décadas, a detener su actividad
Viernes, 3 de abril 2020, 10:07
Ana Añibarro, una de las presencias permanentes en las ferias vascas desde hace dos décadas, ha apagado sus hornos. La alerta sanitaria ha colocado a esta repostera y panadera de Orozko en la misma situación que miles de personas a nuestro entorno. La suspensión de los mercados agrícolas, casi el único medio para distribuir sus dulces, la ha abocado a «consultar con mi gestor y a hacer los papeles para llevárselos a la mutua». Mientras aguarda con desolación a que escampe, se siente «deprimida ante la cantidad de malas noticias, tantos enfermos, tantos muertos», asegura.
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Repostera y panadera
La menor de siete hermanos saca el consuelo de vivir en un caserío, donde el confinamiento es más llevadero que en un piso, y de matar el tiempo «haciendo cuatro recados». Las ferias de abril se han cancelado y las previstas para mayo están también el aire, de modo que recuerda con cierta nostalgia la cita de Ugao Miraballes cuando, con motivo del día de la mujer trabajadora, se celebró un mercado centrado en las productoras, al que pertenece la fotografía que ilustra este reportaje. Entonces llegó provista de sus pasteles vascos, sus postres, sus magdalenas y los panes con los que emprendió su oficio.
De feria en feria
Tras años de dedicarse al trabajo del caserío, donde durante toda su vida vio cómo su madre elaboraba pan para toda la semana en el horno de casa, pensó que quizá lo aprendido junto a ella le vendría bien para ganarse el jornal. Pan de Orozko, ni más ni menos, cuya sola mención basta para que saliven los adictos a las buenas hogazas elaboradas de víspera en hornos de leña. Pan de verdad. «Lo que sé lo aprendí mirando y haciendo; no he hecho ningún cursillo, aunque siempre he sentido curiosidad por conseguir recetas nuevas para ampliar la oferta», con pasteles de manzana, de fresas y otras delicias.
Durante un tiempo entregó parte de su género a una distribuidora pero llegó pronto a la conclusión de que no le merecía la pena: «me obligaba a trabajar más y lo tenía que vender bastante más barato», explica. Su calendario es regular… al menos en la interminable temporada de las ferias vascas, que ella visita con asiduidad, casi todas las de Bizkaia, con salidas puntuales a las otras provincias vascas. El jueves elabora las madalenas, el pastel vasco los prepara los viernes y, de víspera, el pan. Nada complicado, pero sí trabajoso, con harinas diferentes según trabaje la repostería o la panadería.
La lucha del pastel
«A mí me gusta el trato con la gente, aunque en esto también mejoras según vas cogiendo experiencia. Tengo clientes fijos que vienen al puesto a comprar el género y otros que me piden para que se lo prepare», señala tras admitir la intensa rivalidad que en los últimos años se ha suscitado en torno al pastel vasco, objeto de deseo y de innumerables concursos para designar al mejor de la provincia o el País Vasco. «Ya, somos muy competitivos, todos estamos dando de ofrecer pedazos de pastel a la gente para atraerla y que compre», asegura Añibarro.
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Pero eso queda ya lejos de momento, aunque no ha pasado un mes desde que sintió el calor del público, cuando no había que conservar las distancias y se hacía cola con naturalidad. Ahora apenas nos intuimos al otro lado de las cortinas o cuando oímos las voces de las personas que apreciamos. Añibarro ni siquiera se ha animado a telefonear a sus colegas para ver cómo les va esta nueva y pesada etapa. «La verdad es que lo llevo fatal», resume y con esas palabras define el estado de ánimo de la mayoría.
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