Haga con los niños un buen bizcocho
¡Y cómaselo calentito, que no le van a doler las tripas! No es un alimento básico, ni para todos los días, pero cocinarlo con niños sirve para zambullirles en el mundo de la comida
Fermín Apezteguia
Jueves, 25 de julio 2019
Seamos claros. Un bizcocho no es un alimento básico, ni siquiera un plato que debiera estar incluido en la dieta. Podríamos vivir toda la vida sin probar bocado y estaríamos igual de sanos con nuestra dieta mediterránea y el paseo diario a paso ligero. Pero quizás, quién sabe, seríamos un poco menos felices si de vez en cuando –y sólo de vez en cuando– no rompiéramos nuestra rutina con ese pastel de toda la vida, que nos enseñaron a elaborar nuestras abuelas. Aquel que nos daban a probar, muchas veces a escondidas, con su mejor consejo: «Espera a que se enfríe, que si no te dolerán las tripas», nos decían. ¿Lo recuerdan, verdad? Infancia más tierna que un bizcocho recién hecho... ¡Pues resulta que tampoco es así! Que se puede comer caliente y no pasa nada. ¡Maravilloso! Nada como la evidencia científica para que no te amargue un dulce.
La temperatura no tiene impacto alguno sobre la digestión de un pastel. Tradicionalmente, se decía que cuando el bizcocho no estaba suficientemente horneado, la fermentación continuaba en el estómago y provocaba dolor de tripas. Había que dejarlo reposar. Pero no se lo crea, que no es cierto. «No tiene razón de ser», afirma concluyente la nutricionista Miren Salazar, de la Clínica Pinies. «No puedes meterte a la boca un bizcocho que sale del horno ardiendo, a 180 ó 200 grados, porque te quemas; pero si lo dejas reposar tampoco pasa nada», explica la experta.
Todo son ventajas
¿Por qué podemos comerlo tranquilos? Porque las levaduras vivas que favorecen la fermentación mueren con el horneado,pero las que solemos usar en casa no contienen organismos vivos, sino productos gasificantes. El problema del bizcocho, nos guste más o mucho más, es que resulta difícil, cuando no imposible, hallar un nutricionista que lo defienda como un producto saludable, porque no lo es. El mejor postre es la fruta fresca.
Ahora bien, vida sólo hay una y, salvo que se sufra un problema de salud que desaconseje el dulce, no pasa nada por comerse un pastel de vez en cuando. Si es casero, mejor;y si se hace con niños, fantástico.
Cocinar con la chavalería tiene múltiples ventajas, según recuerda Miren Salazar. La fundamental es que la elaboración de cualquier receta conlleva un tiempo que favorece la comunicación y permite practicar con los hijos la escucha y el razonamiento. «Esto lo hacemos así porque de otra manera ocurriría esto otro». El cocinado favorece, además, la creatividad. Los niños, por ejemplo, asocian los colores a sus frutas favoritas y trabajan con moldes, formas y texturas diferentes como la de la harina, el azúcar, la masa...
Además, al meterles en harina no sólo se les introduce de lleno en el mundo de la alimentación, sino que, además se potencia de manera importante su autoestima. Pasan de comerse lo que les ponen en el plato a preparar la comida, que es una tarea propia de mayores. De repente, ellos también son grandes.
Cómo hacer uno sano
Trabajar con niños en la encimera y los fogones requiere el cumplimiento de tres condiciones. La primera, seguridad: hay que explicar a los chavales que los utensilios pueden ser peligrosos, pero que no se les ha de tener miedo si se manejan con corrección. La higiene, además, es fundamental. Hay que lavarse las manos antes de manipular alimentos y durante su manejo siempre que sea necesario. Y tres: orden. Si se va organizando la cocina y lavándose los cacharros según se utilizan se evitan marranadas y se aprende a ser organizado.
A partir de ahí, es el momento de que se descubra el pastel. Un bizcocho sano debería llevar harina integral, huevos ecológicos y, en lugar de azúcar, mejor fruta o un edulcorante. El plátano endulza mucho, pero quizás tiene demasiadas calorías. En su lugar, un edulcorante como la estevia, especialmente para personas con sobrepeso, puede ser una alternativa. Pruebe a hacerlo así y ya nos dirá qué tal.