La enigmática historia de los exitosos refrescos de una familia vasca
El éxito fulgurante que a principios de los 60 tuvieron estos refrescos vascos empujó a una empresa rival a denunciarles por semejanza de nombre comercial
He aquí una bebida misteriosa donde las haya. No sabemos de dónde sacó Schuss el músculo para, prácticamente de la nada y a la velocidad del rayo, convertirse en una marca potentísima a nivel nacional. No tenemos muy claro claro aún el embrollo legal en que la metieron ni por qué acabó dividiéndose en dos compañías distintas, registrando infinidad de marcas diferentes que competían entre sí. Tampoco se entiende que cuando hace algo más de una década fue rescatada del olvido por Coca-Cola se eligiera poner la fecha de «desde 1972» en su etiqueta, cuando en realidad Schuss salió por primera vez a la venta en 1960.
Destinada a competir contra Kas y La Casera, a la renovada Schuss –ya fuera en modo refresco de limón y naranja o como simple gaseosa– se le dio bastante bombo en los lineales del supermercado pero parece ser que se la ha vuelto a tragar la tierra: no la he encontrado a la venta en ningún sitio. La suya es una historia llena de enigmas y, sinceramente, bastantes más fracasos que éxitos, a pesar de lo cual nadie la ha olvidado. ¿Será por su legendaria acidez? ¿O por su singular nombre, tan impronunciable como repleto de consonantes? En alemán Schuss es una palabra polisémica que puede significar desde «disparo» hasta «impacto», «tiro», «chute», «trago» o «coz». Los dueños de la burbujeante empresa que hoy nos ocupa no eran alemanes sino donostiarras, pero da la casualidad de que pertenecieron a una familia muy deportista con importantes vínculos en el mundo del esquí, en cuyo argot se utiliza el término Schuss para referirse a un descenso por la línea recta de máxima pendiente. Los lectores más veteranos o con mayor afición por la nieve quizás sepan que la mascota de los Juegos Olímpicos de Invierno de Grenoble (1968) se llamó Schuss, y es posible que incluso recuerden a Adolfo Beristain, campeón de España de saltos de Esquí en 1956, 1961 y 1966.
Adolfo fue a su vez hijo de otro guipuzcoano amante de la montaña, Bernardo Beristain Arzac (1895-1982), que además de exportador de vinos, presidente de la Federación Vasco-Navarra de Esquí y dueño del mítico Hotel Candanchú (primer hotel para esquiadores del país, abierto en 1935) fue, ojo aquí, uno de los impulsores de los refrescos Schuss. El otro fue su hermano Matías (1894-1962), quien en teoría trabajaba en la Caja de Ahorros provincial pero que en febrero de 1960 solicitó el registro de una marca comercial para bebidas gaseosas denominada... Schuss. Ellos o algún otro familiar directo estuvieron previamente vinculados a la fábrica de gaseosas Beristain y Ayerza, en San Sebastián, y sus respectivos hijos Gerardo, Ignacio y José Luis trabajaron también en la empresa familiar.
Patrocinio deportivo
No me pregunten cómo lo hicieron o de dónde sacaron los fondos, pero en apenas un par de años –entre 1960 y 1962– los Beristain conquistaron toda España a base de botellines de limón. Lanzaron una tremenda campaña de publicidad («¡Schuss es limón, limón, limón!»), abrieron plantas embotelladoras en Pasaia, Madrid, Mallorca, Barcelona y Zaragoza y quisieron revolucionar el patrocinio deportivo apoyando torneos ciclistas, de esquí o de pesca submarina, convirtiéndose en sponsors de diversos equipos (¿se acuerdan del bilbaíno club de baloncesto Águilas-Schuss?) u organizando sorteos y retransmisiones radiofónicas.
Schuss creció tanto y tan rápido que sus competidores decidieron tomar medidas. La buena fortuna de la marca guipuzcoana había significado una importante disminución en las ventas de otros refrescos como Kas –próximamente hablaremos de ellos largo y tendido–, Schweppes, Fanta, Orange Crush, Sinalco, Kyns, Sandaru o Lux. De muchas de ellas no quedan más que sus «iturris» oxidados e incluso una compañía tan importante como la estadounidense Orange Crush, que aún triunfa en medio mundo, pasó aquí a mejor vida a mediados de los 80... no sin antes hacerle la puñeta a nuestros amigos de Schuss.
En España la titularidad de la marca Orange Crush la tenía desde 1940 una fábrica embotelladora de Pamplona a la que la popularidad de Schuss había puesto en aprietos. Ni corta ni perezosa, en mayo de 1963 la firma navarra pidió la nulidad de la marca de los Beristain alegando que la palabra «Schuss» inducía a error «por vía visual o auditiva al consumidor» y se aprovechaba de su parecido fonético con «Crush». El razonamiento estaba pillado por los pelos, ya que Orange Crush era conocida por su nombre completo y se dedicaba exclusivamente a los refrescos carbonatados de naranja, mientras que en los guipuzcoanos usaban la denominación Schuss para los refrescos de limón, Schussina para los de naranja y Yinfin para la tónica.
Inexplicablemente la justicia dio la razón a Orange Crush: el 9 de noviembre de 1964 el Tribunal Supremo declaró nula la marca Schuss y a partir de ese momento los Beristain entraron en una espiral de nombres fallidos (Schusse, Schussette, Eschuss, Yinchuss, Schussen, Bitel, Karina...) que también fueron contestados por sus rivales. Schuss se rompió. Por un lado la familia propietaria acabó fundando en Oiartzun la 'Sociedad Carbónica Santa Clara' para elaborar gaseosa La Pitusa, refrescos Coral o tónica Schottis, y por otro los derechos de uso de la marca original fueron vendidos a Coca-Cola. Como los mejores rockeros, Schuss vivió rápido, murió joven y dejó un bonito recuerdo.