La dieta del confinamiento
Un estudio revela que el encierro en casa obligado por el estado de alarma ha propiciado una alimentación más sana y la vuelta a la cocina tradicional
Fermín Apezteguia
Jueves, 23 de julio 2020
Quién iba a decirnos que el confinamiento tendría también tendría su parte buena. Lo ha hecho la SENC, que son las siglas de la Sociedad ... Española de Nutrición Comunitaria, que afirma en un estudio que el encierro en casa ha propiciado una alimentación más sana que la que teníamos hasta entonces. En general, la gente ha comprado con más cabeza, ha consumido alimentos más sanos y, algo fantástico, ha vuelto a la cocina tradicional. A la de nuestras madres y abuelas, de primer plato, segundo y postre, desayuno, comida y cena. No todo lo hemos hecho bien, es cierto, pero en medio de tanto dolor y tanta restricción, se agradecen las buenas noticas; y si tienen que ver con la cosa del comer, mucho mejor,
Hagan un ejercicio de memoria. Mediado el mes de marzo, el Gobierno decreta el estado de alarma en un intento por contener la creciente avalancha de pacientes infectados por el nuevo coronavirus de Wuhan, que comienza a colapsar los hospitales. Los Gobiernos, central y vasco, garantizan el abastecimiento de comida y productos esenciales, pero la población, presa de la incertidumbre, se tira a los supermercados. «La gente arrasó con la comida, hizo acopio de latas, legumbres, llamó la atención la falta durante días de papel higiénico...», recuerda el médico nutricionista Javier Aranceta, que ha participado en el trabajo, dirigido por la presidenta de la SENC y profesora de la Facultad de Medicina UPV-EHU Carmen Pérez Rodrigo. Los especialistas han bautizado ese fenómeno como «la semana de la histeria».
Temor a la infección
Superado el primer susto, la situación cambió de manera radical, según revela este trabajo, basado en el resultado de más de 1.000 encuestas online realizadas entre el 21 de abril y el 8 de mayo. El «temor a infectarse» mejoró «de forma espectacular» el perfil dietético de la población, que comenzó a consumir como nunca verduras, legumbres, fruta y pescado. La ingesta de los productos de mar creció un 20%, pero el de la fruta llegó hasta el 27%.
El convencimiento de que una alimentación sana posibilita una mejora del sistema de defensas redujo, además, de manera drástica el consumo de embutidos, pizzas, carne procesada y bebidas azucaradas y alcohólicas. La gente se tomó mucho menos lingotazos, hasta un 44,2% menos de bebidas destiladas tipo whisky o brandy, y el consumo de hamburguesas y salchichas cayó nada menos que un 35,5%. Nos volvimos sanísimos.
Los cocineros se hicieron reposteros
Como había que quedarse en casa, la gente cogió gusto por la cocina y comenzó a guisar «como si fuera Navidad», no solo recetas de la que ya se creían perdidas en los anales de la historia familiar, sino también platos preparados. El despertar del cocinerito que llevábamos dentro disparó las ventas de comida online, favoreciendo un fenómeno que los autores del trabajo consideran que ha recibido con la pandemia el espaldarazo que necesitaba para definitivamente quedarse.
Los 'chefs' quisieron luego ser reposteros y, a partir de ahí, el gozo del nutricionista empezó a diluirse. Comenzaron a venderse más harinas y nos atiborramos a pasteles y bizcochos.Caseros, sí, pero en exceso, elaborados para una población confinada, por tanto muy sedentaria (el 62,2% reconoció pasarse sentados cinco o más horas al día y casi el 25% hasta nueve) y, en muchos casos, necesitada de vitamina D por la imposibilidad de disfrutar del buen sol que nos regaló la primavera. Otro 'dato negro': un 14% de los fumadores admite que fumó más durante ese tiempo.
¿Lecciones aprendidas? No sólo que, si queremos, podemos comer mejor, sino que apostar por el producto de cercanía, ahora más que nunca, no sólo incentiva la economía local, sino que además resulta mucho más sano. Siempre es un placer.
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